domingo, 15 de mayo de 2011

♠ HEMINGWAY EN EL PERÚ

Hemingway en el Perú


Hace 55 años, Ernest Hemingway arribó al norte del país para pescar al mítico merlín negro de su novela El viejo y el mar. A propósito de este suceso que detuvo el tiempo en Cabo Blanco, el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar realizó esta semana el foro ‘El mar de Hemingway’. Aquí el testimonio de los periodistas que le siguieron el rastro allá por 1956. 

Por Karen Espejo

“¡Periodistas! ¡Somos periodistas!”, oyó Ernest Hemingway ni bien descendió del avión que aterrizó el 16 de abril de 1956 en un pequeño aeropuerto de Talara, Piura. El llamado venía de tres hombres de prensa, que, confundidos entre la multitud, esperaban la histórica visita a nuestro país del famoso escritor estadounidense, corresponsal de guerra y voluntario de la Primera Guerra Mundial. Manuel Jesús Orbegozo (del diario La Crónica), Mario Saavedra-Pinón (por entonces de El Comercio) y Jorge Donayre Belaunde (reportero fallecido del diario La Prensa) se identificaban a lo lejos, agitando sus manos, sin poder romper el cordón de seguridad que los separaba del novelista. 
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Pero a Hemingway poco le interesaba la seguridad. Enfundado en un traje gris y una gorra blanca, pidió a un guardia que dejara pasar a los periodistas. “Hola, colegas”, los saludó sonriente. Y no dudó en abrazarlos, como si los conociera de toda la vida. Les dijo que El viejo y el mar lo escribió en 80 días y lo pensó en 13 años, y que las novelas solo se pueden escribir cuando se han vivido. También les reveló que con su ingreso al periodismo adoptó su afición al whisky, el que nunca le hizo daño; que la muerte es una prostituta con la que no quisiera acostarse nunca; y que el mayor éxito de su vida debía ser durar. 

El diálogo fue intenso, pero breve. El escritor debía partir al exclusivo Fishing Club de Cabo Blanco, para dedicarse a lo que había venido: pescar el enorme merlín negro que describía en su laureada novela. La lucha contra el animal (el más grande, cazado cuatro años antes en el balneario, pesaba 780 kilos y medía 4 metros de largo) sería filmada por un equipo de la Warner Bros, para incluirla en la película basada en su obra. Hemingway se quedaría 36 días, pero la mayor parte de estos permanecería en altamar. Volver a estar cerca del escritor norteamericano sería todo un reto.

“Llámame Ernesto”

Por ello, sin perder más tiempo, Mario Saavedra-Pinón apeló a sus valiosos contactos. Tiempo atrás había forjado una amistad con Sygmund Prater, administrador del Fishing Club, y así ingresaría sin problemas para encontrar a Hemingway de modo exclusivo. “Fuimos al bar del local y sostuvimos una conversación como amigos, más que una entrevista. Para mí fue fantástico que este gran hombre me tomara como un colega más. Cuando le decía ‘señor Hemingway’, me replicaba: ‘dime Ernesto’… Era una persona tan apabullante, y a la vez tan sencilla”, recuerda Mario, 55 años después.

Esa comisión marcó su vida. Y es que claro, no cualquiera tendría el honor de conversar y beber con el reciente ganador de los Premio Nobel (1953) y Pulitzer (1954). Según Mario, el escritor tenía una costumbre singular delante de la barra. “Bebía una cantidad grande de whisky puro y luego otra similar de agua. Decía que la mezcla debía suceder en el estómago. Y yo intentaba seguir el ritmo al maestro”, asegura entre carcajadas. 

Durante cerca de seis horas, el autor de Por quién doblan las campanas habló con él sobre la coyuntura del mundo; de la historia de su padre, quien se había suicidado; y principalmente de su afición: las corridas de toros. “Imagínese que hasta que se produjo la guerra civil había asistido a más de 1.600 corridas; el conflicto me impidió seguir asistiendo a los toros”, fueron algunas de las confesiones del periodista norteamericano, que Mario publicó en dos entrevistas del 17 y el 20 de abril de 1956; y posteriormente en su libro Hemingway en el Perú.

En el mar de Hemingway

Manuel Jesús Orbegozo no tenía los mismos contactos, pero sí la misma astucia. Ese día, en el aeropuerto, entregó a Hemingway una carta a nombre del Círculo de Escritores del Perú. En esta, lo invitaba a un homenaje en Lima y lo instaba a coordinar con él los detalles del viaje. “Él me agradeció y guardó la carta, pero no hubo respuesta. El plan no resultó... Más adelante me enteraría que Hemingway le temía más a los eventos sociales que a la muerte”, recuerda el periodista peruano, hojeando el libro Reportajes, donde recopila sus mejores crónicas.
Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando sus colegas ya habían partido a altamar en busca de la Miss Texas –la embarcación la que viajaba el aclamado corresponsal de guerra–, Manuel Jesús obtendría una primicia. “No sabía qué hacer, ni tenía dinero para pagar un bote. Pero vagando en el muelle encontré a un chiquillo de diez años, cargando un portaviandas con almuerzo para su padre que estaba en una lancha. Le ofrecí cinco soles para llevar la comida y hacerme pasar como parte de la tripulación. Grande fue mi sorpresa cuando vi dentro a la esposa de Hemingway, Mary Welsh”, cuenta el entonces periodista de La Crónica.

Cómo engañar a un merlín

Durante una hora, Manuel Jesús se ocultó en el baño del lujoso yate Pescadores II, esperando a que zarpara. Al salir, abordó a Mary y ella no dudó en contarle que su esposo era muy bondadoso, pero a la vez exigente; que cada noche, durante sus 10 años de casados, se encerraba a escribir en su máquina de escribir hasta el amanecer; y que ya no les quedaba nada de dinero del Nobel. Al lado, casi a la misma velocidad, navegaba Hemingway. Y Manuel Jesús se convertía así en el mejor testigo de ese día de pesca.

“Hemingway iba de pie en la cubierta de la Miss Texas. Iba mirando el horizonte. Bajó después de una hora y se puso a jugar con su caña de pescar… Allí iba Hemingway jugándole sucio al merlín que quería pescar. Porque la carnada era un pez de metal. Yo lo vi”, narró en su artículo de hace 55 años.

Debilidades de un escritor

Durante los 36 días que el autor de Adiós a las armas estuvo en Cabo Blanco, según las investigaciones de la socióloga Irma del Águila, sus condiciones físicas le permitieron cazar cuatro merlines, uno de ellos de más de 300 kilos. Un quinto, de más de 900 kilos, picó su anzuelo, pero su cuerpo no lo soportó. “El animal da vueltas alrededor de la embarcación con tanta fuerza, que el pescador debe ir atado a un arnés para literalmente luchar contra la bestia, acción que puede extenderse una hora. Hemingway no habría aguantado el arrastre del pez y habría entregado su caña a Eliseo Argüelles, un pescador conocido en Cuba”, asegura.

Según la investigadora, el Hemingway que llegó a Perú fue la leyenda que todos conocemos, pero también un hombre muy disminuido física y psicológicamente. “Venía de haber sufrido un doble accidente aéreo en África, del que sobrevivió con lesiones muy graves, como hemorragias internas y fracturas de cráneo. Por otro lado, luego de su gran obra El viejo y el mar, la crítica no favoreció sus siguientes publicaciones”, explica. A ello, agrega José María Gatti, periodista argentino, autor del blog y el libro La pipa de Hemingway, habría que agregarle los daños causados por su bipolaridad. “Durante su fase depresiva, Hemingway solía tener un carácter agresivo. Y en su estado eufórico, bebía mucho. En toda su vida, tuvo 34 accidentes importantes, de los cuales 20 fueron causados por su consumo de alcohol”, revela. Quién sabe y Hemingway eligió las exóticas aguas del norte peruano –el único país de Sudamérica que visitó– para olvidar todos los problemas que atormentaban su vida.  
  
El pisco y hemingway

Manuel Jesús Orbegozo cuenta que antes de partir de Cabo Blanco, los periodistas que viajaron hasta Piura para entrevistar a Hemingway le regalaron un pisco quebranta. “Sobre la botella escribí: ‘Mientras lloren las uvas, yo beberé sus lágrimas’. Y debajo todos firmamos... Al día siguiente, lo primero que hizo al encontrarnos fue decirnos: ‘Ya bebí sus lágrimas’”, asegura el reconocido reportero peruano.

Sin embargo, no sería el único contacto del escritor norteamericano con nuestro licor de bandera. “Hay cartas que Hemingway escribe a sus amigos luego de su viaje al Perú, en las que asegura que este país posee unos buenos vinos sencillos y un pisco, que es una suerte de mezcla entre tequila y vodka”, detalla Irma del Águila, del comité organizador del Foro ‘El mar de Hemingway’, impulsado por el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar.

Según la socióloga, el foro se organizó en memoria de los 50 años del suicidio de Hemingway y los 55 años de su visita al Perú, un periodo poco documentado. “Los días que él pasó en Cabo Blanco son como un orificio en su biografía, no existen muchos registros de esa época, por eso decidimos revalorarla”, precisa Del Águila.

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