Ocurrió cerca de Huancayo, antes de la llegada de Internet. José Luis Rodríguez fue ‘asesinado’ por un marido celoso. Hoy la anécdota hubiera traspasado fronteras con un clic.
Por: Antonio Muñoz Monge
Antes de Internet la vida tenía otro ritmo y también las historias de la gente. Las cosas se sabían después de un tiempo, cuando el asunto iba de boca en boca o a través de una carta. Ahora con un clic se inicia el chisme cibernético y universal, por el chat se declara, se conquista y se rompe una relación. Antes, no.
CÁNTAME
Desde su adolescencia, Dona se entregó al cantante José Luis Rodríguez, ‘El Puma’, en cuerpo y alma. Guardaba sus fotos, afiches y discos. Lo escuchaba día y noche; las tardes provincianas languidecían de nostalgia con su “Voy a perder la cabeza por tu amor…”. Cuando Dona llegaba a Huancayo, lo primero que hacía era comprar lo último de su ídolo. Un día desaparecieron los discos de vinilo y llegaron los caset, años después serían los CD. ‘El Puma’ seguía incólume en sus preferencias. Era él y nadie más: “Culpable soy yo por haberte tenido olvidada…”.
EL COMPROMISO
Dona se comprometió con su enamorado y se señaló fecha para el matrimonio. La presencia inevitable del cantante generó la primera crisis. Luego, el novio lo consideró como una anécdota, sin sospechar que a través del tiempo ella había venido construyéndole un altar a su ídolo: una foto tamaño natural presidía ese nido clandestino. Rumas de discos, caset, afiches y fotos abrazaban el recinto sagrado de boleros, baladas y suspiros. Apostaba la gente que en ningún otro lugar del Perú había tanto amor al ‘Puma’ como en este remoto pueblo andino. “Es mi orgullo”, decía ella.
UNA ‘TELE’ EN EL PUEBLO
El marido fue acostumbrándose a la inevitable presencia del cantante, lo sentía ya como algo familiar y lo escuchaba con cierto agrado. A mediados de los setenta llegaron los primeros televisores a Huancayo y él viajó a la incontrastable ciudad y compró uno de buen tamaño.
La llegada del televisor al pueblo fue un evento. La noticia corrió de casa en casa. Con mil pretextos, amigos y conocidos llegaban a la casa llevando quesos, panecillos, bizcochuelos, piernas de cuchicanca (lechón al horno), hasta verse sentados frente a la ‘tele’.
Y el espectáculo comenzaba: dibujos animados, noticias del Perú y del mundo, películas, telenovelas, partidos de fútbol.
Fueron horas en que se detuvo la vida del pueblo, se descuidaron las labores, los enamorados se quedaron sin ver a sus prometidas, los huallpasuas (ladrones de gallinas) hacían de las suyas aprovechando la ausencia de sus dueños y el cura Serpa protestó porque sus feligreses olvidaron el rosario de las 7 de la noche.
DISPUTA EN EL BAR
El marido solía tomar sus tragos al mediodía y descansar después de almuerzo. Comentan que aquella vez, en el bar de costumbre, la conversación versó sobre ‘El Puma’ y él se sintió aludido. Levantó la voz y se retiró. Durmió la siesta con un rictus de amargura. En el entresueño escuchó la voz del cantante, se levantó y al descorrer la cortina vio a ‘El Puma’ en persona cantando. Se dirigió a la despensa, sacó su escopeta y llegó a hurtadillas hasta el cortinaje. Le disparó a los pies como escarmiento. El estrépito no fue el de un cuerpo. Cuando abrió la cortina encontró el televisor reventado y a su alrededor, fuera de sí, unas cinco mujeres que veían la muerte de ‘El Puma’ en la pantalla.
CHAT DEL CADÁVER
Cualquier sábado al mediodía se llega a esa casa y entre tragos, carcajadas, juegos de tejos y la voz nostálgica de José Luis Rodríguez, ‘El Puma’, alguien pedirá visitar el cuerpo yacente del televisor con el orificio de la bala celosa. En estos nuevos-viejos tiempos de posmodernidad, la historia de este amor aldeano sirve de santo y seña para iniciar un chateo infinito que llega hasta las altas cumbres de los apus.
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