NO SÉ SI SER UNO DE LOS SOBREVIVIENTES DE
LA GENERACIÓN DEL 60 ES UN ELOGIO O UNA MALDICIÓN
diciembre,
2012
Milagros
Olivera entrevista a Hildebrando Pérez Grande
El
poeta Hildebrando Pérez Grande sonríe con el mismo entusiasmo con el que sus
labios esbozan una mueca de tristeza y su mirada se pierde, como buscando
describir un paraje en su simpleza. “Soy
un hombre del siglo pasado”, nos dice. “Un ‘dino’, como amablemente dicen los
alumnos a los viejos dinosaurios”, remarca.
-¿Cómo
se inicia en la literatura?
Mi
vida como escritor y esencialmente como poeta tiene, digamos, diversos inicios.
Uno inocente, acaso candoroso. A los ocho, a los diez años, me descubrí garabateando
cosas extrañas en mi cuaderno escolar: frases, versos, sería mucho decir
poemas. Años después, terminando la secundaria, ya tenía un panorama más
riguroso, menos ingenuo. Y ya en la universidad, con mayor criterio y
conocimiento de la lengua y de la poesía, cuando volví sobre lo escrito me
horroricé, ¡cómo era posible que haya perpetrado tantas per-versidades!
-¿Qué
es para usted asumir con responsabilidad la escritura?
Yo
creo que en un país como el nuestro escribir con responsabilidad es escribir
con autenticidad y procurando que la escritura nuestra esté enmarcada dentro de
las bondades del lenguaje, que tenga, pues, color y peso. Una escritura que en
su discurso y en su forma tenga calidad literaria (…). No puede caer en la
retórica fácil, no puede caer en la voz altisonante tan solamente. Puede ser
anarquista en su visión del mundo y yo aprecio mucho las visiones anarquistas,
pero tiene que decirlo de una manera convincente, de manera hermosa, bella.
-Rodolfo
Hinostroza ha publicado un libro en el que comenta la vida de los poetas que
formaban la Generación del 60. ¿Qué opinión le merece este nuevo libro que
cuenta episodios hasta el momento desconocidos respecto a los poetas de la
época como Javier Heraud, Manuel Scorza…?
He
leído el libro y te puedo decir que no es más que el testimonio, muy personal,
muy arbitrario. Él está en su derecho de decir y expresar lo que piensa que le
pasó a él o a sus amigos, pero esa no es toda la verdad, es su concepción. A
ver, que es polémico, lo es, yo sospecho que busca eso. Ser controversial, ser
polémico, porque él quiere defender a capa y espada su versión. Yo he visto que
de cierta forma maltrata a Heraud, incluso a otros poetas, pero él puede decir
lo que crea conveniente, lo que sí da pena es que quienes son mencionados no
pueden responder.
-Su
generación se ve marcada por el comunismo, por la Revolución Cubana. ¿Eso los
incentiva a escribir poesía social?
Desde
el punto de vista ideológico y político, éramos cercanos. ¿Quién no quiere
cambiar el mundo a los 20 años? Todos tenemos el corazón en el lado izquierdo.
Pues bien, pero en la poesía, ya en el ejercicio mismo del poema, en el arte
poético, en la concepción del poema, ¿para qué sirve? (Porque sirve para algo.)
Ahí hay distintos criterios. Algunos poetas pensaban que la poesía, como decía
el poeta español Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro que servía para
transformar la realidad, para llamar a los pueblos que luchan por su liberación
nacional. Pero para otros era un diálogo consigo mismo.
-A
partir de la segunda parte de “Aguardiente, forever” es más urbana la poesía…
Hay
una segunda parte, que es un “Cantar de Hildebrando”, que está recreando un
universo mucho más abierto. No me quedo en la voz aldeana solamente, le soy
fiel a mi propio registro social, humano. Yo he vivido en Europa muchos años,
vivo en Lima hace varios años, entonces mi registro, mi conducta, es la de
Lima, y tengo que ser fiel a eso. Sería una poesía falsa si estuviera
escribiendo desde la voz del indio, porque no lo soy.
-¿Sería
un hipócrita escritor?
Exactamente,
sería un hipócrita escritor. Estaría engañándome a mí mismo, sería un
embustero, un embustero poeta. Felizmente, no lo soy.
-Respecto
a eso, ¿cómo nace la revista que dirigió, llamada Hipócrita Lector?
En
los años 70, cuando ya éramos profesores de Literatura en San Marcos, con Marco
Martos, con Carlos Baraybar, Eric Burgos, se nos dio por sacar una revista solo
de poesía. No cuentos, ensayos, no, solo poesía. Así éramos, soberbios.
Entonces, durante una larga sesión, matizada con vinos, por supuesto, y luego
de varias horas, nos acordamos del verso de Baudelaire, salió la idea de
ponerle Hipócrita Lector. No nos cerrábamos a ningún estilo, teníamos una
concepción muy abierta de la poesía, ahí tú podías encontrar poetas del 50, del
60, del 70, con diversos registros, poetas surrealistas, poetas expresionistas,
etc.
-Usted
es uno de los sobrevivientes de su generación. ¿A cuál de todos los poetas con
los que compartió estudios y experiencias extraña más?
Yo
no sé si es un elogio o una maldición, pero sí, ya vamos quedando pocos, pero
son los designios de la vida, y quién sabe si los que han muerto están vivos y
yo que estoy vivo estoy muerto, eso solamente lo sé yo. Extraño muchísimo a
Juan Ojeda, yo estudié y estuve años con él, fue muy cercano a mí. Son amigos
entrañables, los designios de la vida son esos, perder sus referencias, sus
amigos. A mí se me vino el mundo cuando se murió Washington Delgado, poeta,
profesor, amigo entrañable, un paradigma para mí. Pero así es pues, hay que
seguir adelante. El mejor ejemplo y el
mejor homenaje para ellos es continuar, tratando de ser un hombre digno en un
país en el que es bastante difícil ser un hombre digno, ético y con principios,
eso no es fácil en un país tan “coquetón”, donde algunos dicen que la plata
llega sola.
-¿Qué
tan difícil es dedicarse a la literatura en nuestro país?
Es
que uno no se dedica, uno es. No sé si es una maldición gitana o llegaste tarde
a la repartición de oficios. Ya qué queda pues, qué vas a hacer, lo que tienes
que hacer es ser bueno en ese oficio que te dieron o que te dio la vida, saber
hacerlo bien y que tu palabra sea
convalidada por la belleza, por la justicia.
Milagros
Olivera
Diario
16
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