La Maestra y la Luciérnaga
Cuento de Bertha Rojas López
Soy maestra, enseño en una escuelita de la Selva, ahí donde lloran los monos al enredarse con las madreselvas tupidas, ahí donde los mosquitos danzan al son de su propio zumbido.
Un día me quedé hasta la llegada de la oscura noche, atendiendo a una mujer parturienta. La mujer no tenía a nadie a su lado, tampoco tenía ropa para su bebe. Nació el bebe. Abrigué a criatura con una matadita. Sentí el mismo dolor, recordando el nacimiento de mi pequeño.
Aquella horrible noche, la recuerdo a cada instante. Los hombres que jalaban el huaro, los que siempre cariñosamente nos ayudan a cruzar el río Perené, ya no estaban. Mi pena creció cual sombra gigante de un árbol añejo. ¿Qué hacer? Sólo me quedaba caminar por la orilla, hasta encontrar el vado por donde los nativos cruzan.
Me quité los zapatos y los pantalones, llené la ropa en una bolsa, apreté el bulto hacia mi pecho. Puse los pies al agua, al centro tambaleé por la fuerza de la corriente, por un instante pensé en la muerte. ¡Al fin crucé!
La noche estaba acurrucada entre las ramas de los coposos árboles y el concierto desafinado de las chicharras me enloquecía. Al cabo de una hora de caminata, sentí el cansancio, tuve que inclinar la cabeza cual girasol maduro; mis ojos difícilmente lograron ver la raíz sobresaliente de un árbol, ahí me senté para descansar. En ese lapso pude observar entre las hojas secas y cerca a mis pies una luz que se movía. Era una luciérnaga gigante, la agarré y la llené en una bolsa de plástico transparente. Le dije: ¡Serás mi linterna! Me puse a caminar llevando en la mano aquella lámpara viviente. Ella iba roncando y soltando más destellos. Apresuré los pasos, avancé un buen trecho.
¡Ay! Caí... La lámpara se esfumó. Busqué a mi ocasional amiga y no la hallé, creía haberla perdido para siempre. La pobre, muerta de miedo se había escondido debajo de la hojarasca. Logré ver apenas un rayito de luz. La atrapé. Acariciándola le dije: Luciérnaga, amiga mía, conozco tu miedo, sé lo que estoy haciendo contigo. Te prometo devolverte a este lugar. Mañana temprano estarás con los tuyos. Pienso que tú también eres madre o padre de otros pequeños. Ellos te necesitarán más que yo.
Llegué a casa, guardé la joya viva, susurrando palabras de amor y agradecimiento.
Abracé a mis niños, caí dormida cual tronco olvidado en el corazón de la enmarañada selva peruana.
| Aprovechar los recursos naturales con mesura |
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