Charles Baudelaire
Sentada de cuclillas en la cama, ella lo miró largamente, le
recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies, como estudiándole las pecas
y los poros, y dijo:
–Lo único que te cambiaría es el domicilio.
Y desde entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se
divertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y cocinaban inventando
y dormían anudados.
Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como
era.
Como era cualquiera de las que ella era, cada una con su
propia gracia y poderío, porque esa mujer tenía la asombrosa costumbre de nacer
con frecuencia.
Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere devolverle
nada más que ese cuerpo helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las
muchas mujeres que fue.
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