ESCRIBE: GABRIEL RUIZ ORTEGA
FOTOS: JAIR UZZIEL
ES PARA CELEBRAR, SIN DUDA. Gracias
a los buenos oficios de Renato Sandoval, hemos sido testigos de la segunda
edición del Festival Internacional de Poesía, FIP, llamado a ubicarse a la altura
de la tradición poética peruana. Durante el siglo pasado, como sabemos,
nuestra poesía literalmente la rompió en castellano. El hecho
de que se haga un festival en estas tierras nos pone en la obligación moral de
ofrecer lo mejor de nuestro repertorio actual: si fuéramos un país que no
destacara por una férrea tradición poética, como Ecuador, Bolivia, Paraguay,
Venezuela (¿algún Vallejo?, ¿algún Eguren?, ¿algún Westphalen?, ¿algún Adán?),
podríamos optar, con toda la justificación del mundo, por la inclusión y no
por la calidad.
Digo esto porque una de las impresiones
que me dejó la primera edición del FIP fue que hubo una muy buena escogencia de
poetas, locales e internacionales. Por esa razón la primera edición resulto, a
todas luces, un éxito. Pudimos ver locales llenos, como sucedió en el ya
mítico recital de Hora Zero en el bar Queirolo del Centro de Lima. Y ni hablar
de la inauguración, en la cual presenciamos la grandeza de Ledo Ivo y Antonio
Cisneros.
BUENAS INTENCIONES
Entonces, se deduce que este segundo
festival tenía que igualar o superar a su predecesor. Lamentablemente, desde
un punto de vista literario, resultó para el olvido. Son varios factores los
que jugaron en contra, como la nómina de poetas extranjeros, que mostró
nombres muy apreciables como Juan Carlos Mestre, Bei Dao (que nunca vino y no
se le extrañó), Diana Bellessi, León Félix Batista, Piedad Bonett, entre
otros, pero que languidece en comparación a la nómina del año pasado. En este
sentido, Sandoval y su equipo –que, dicho sea, son muy buenos lectores de
poesía– debieron reforzar la nómina local. Se dice que se prefirió contar con
poetas no incluidos el año pasado, a lo mejor para evitar resentimientos y las
tan recurrentes maledicencias sobre favoritismo y argollas… Pero esa
inclusión terminó jugando una mala pasada al espíritu del festival, porque se
debió convocar a los poetas –no a todos, obviamente– que estuvieron el año
pasado. La calidad es el parche a las críticas y habladurías. Pero la apuesta
por la inclusión fue lo peor que pudo hacerse: hablamos de poesía, no de un
tono en el que pretendemos quedar bien con todos.
Maestro Jaime Guardia, acertado
refresco para la maratón de lecturas. El evento reventó de público.
LOS CONVOCADOS SON
Ni bien vi la lista de autores
peruanos convocados, sentí que me estaban jugando una broma de mal gusto. Me
pregunto: ¿a quién en su sano juicio se le ocurre convocar a poetas cuya producción
no llama la atención de casi nadie o, en su defecto, que es sobrevalorada,
sabiendo que hay otras voces cuyas poéticas son superiores a las de Doris
Moromisato, Paolo de Lima, Carlos Estela, César Toro Montalvo, Raúl Heraud,
Alejandro Susti, Nora Alarcón, Luis La Hoz, Reynaldo Naranjo, Cecilia Podestá,
Eduardo Lores y Édgar Saavedra? Pienso en las propuestas de Rodolfo Ybarra,
Christian Briceño, Bengi Rosales, Laura Rosales, Virginia Benavides y Jorge
Giraldo..A excepción de Ybarra, los demás son poetas relativamente nuevos,
exhiben una voz propia y debieron tener la oportunidad de darse a conocer. Refuerzo
esta opinión luego de escuchar a la ganadora del concurso de versos convocado
por la cuenta de Facebook de la FIP. En lugar de la ganadora, se pudo contar
con otro poeta. Es razonable, entonces, la sospecha de que jugaron factores
extraliterarios en la convocatoria de poetas locales. Al parecer, Sandoval y
su equipo leyeron personas, no poemas, mucho menos poemarios.
EL BELLO PÚBLICO
En lo personal, quedé satisfecho
con la presentación del charanguista Jaime Guardia, a quien aplaudimos tanto
que más de un asistente, en lugar de callarnos, celebraba nuestras
bienintencionadas payasadas. Por otra parte, creo que es tiempo de cambiar la
dinámica de un festival como el que se pretende seguir haciendo. Sería bueno
organizar talleres, charlas, conferencia bien sabemos que la poesía es silencio,
pero cuando los poetas hablan y piensan, más de uno puede salir fortalecido e
incluso desengañado. Otra impresión que me deja esta fiesta de las letras es
que a los limeños les falta, aún, cierta clase de educación: es imposible
vivir una fiesta poética sin una motivación extra, más aún cuando en días
previos se ha estado releyendo en paroxismo a los padres beats. El
día de la inauguración, personal de seguridad del Parque de la Exposición tuvo
que retirar a un ya no tan joven poeta por llevar ron y Coca–Cola dentro de su
casaca de cuero.
Lima puede jactarse de tener un
público que sí busca poesía o, mejor dicho, ambiente con aroma a poesía. Es
precisamente ese público el que puso la buena onda y mostró fidelidad, sobre
todo en la clausura, y se hizo presente no por los poetas extranjeros, menos
por los nacionales, sino por ese factor hechizante que genera el azar de la
conversa, de la amistad.
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“La música, el teatro, las artes
plásticas y las recientes artes visuales no pueden compararse con lo que la
literatura –y, en especial, la poesía– ha hecho por el país”.
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EL APOYO MORAL NO BASTA
Se nos viene bombardeando con la
figura del progreso. Sin embargo, el desarrollo no es nada si no va de la mano
con una apuesta por la cultura. Durante la clausura quedó en evidencia el
temor de no volver a tener otra edición del FIP. El “hombre orquesta” Sandoval
coqueteaba con esta posibilidad nefasta. Es indiscutible que ha habido apoyo
privado y estatal, pero todo indica que ha sido insuficiente. Que Sandoval
señale en su discurso de clausura que su amistad con Pedro Pablo Alayza, el
hombre de cultura de la Municipalidad de Lima, no va a quebrarse si el próximo
año no hay FIP, me pareció patético. Lo dicho por él también se vio reforzado
por la intervención del vate dominicano L. Félix Batista antes de su lectura:
“Peruanos, no dejen morir este festival”.
Español Juan Carlos Mestre,
vibrante puntal de la poesía en español o algo así. Se le pudo escuchar en vivo
y en directo.
Si nos referimos a las artes en
las que descansa nuestra tradición cultural, no tardamos en llegar a la conclusión
de que la música, el teatro, las artes plásticas y las recientes artes visuales
no pueden compararse con lo que la literatura –y, en especial, la poesía– ha
hecho por el país. Lo mejor del Perú en materia cultural es, justamente, su
poesía.
Estamos a nada de perder la continuidad
del FIP. Pero muy poco se puede hacer sin el apoyo del Estado o la voluntad
política: un evento como este merece, sí o sí, todas las facilidades. Si esta
fiesta de las letras no continúa, sabremos que seguimos siendo un país
atrasado, y que no hemos hecho otra cosa que vivir en una aberrante mentira de
progreso.
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