Este miércoles 31 de agosto Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) hubiera cumplido 82 años. El ganador del Premio Alfaguara Juan Gabriel Vásquez habla sobre el autor de “La palabra del mudo” y reivindica su figura.
Por: Gonzalo Galarza Cerf
Tenía apenas tres días para estar en Lima y era su primera visita al Perú. Es el ritmo de las giras cuando obtienes un premio literario de esa envergadura: aterrizas en una ciudad que no conoces (ni llegas a conocer), concedes entrevistas, comes, duermes y, si resta algo de tiempo, haces algo extra que realmente deseas. Juan Gabriel Vásquez deseó conocer más sobre Julio Ramón Ribeyro: fue a una librería y compró algunas de sus obras. “Me doy cuenta de que he comenzado a hablar de Ribeyro cada vez que puedo. Le pregunto a la gente si lo ha leído; les pregunto a mis alumnos norteamericanos si saben quién fue”, escribe en “Diario de un diario”, ensayo comprendido en su libro “El arte de la distorsión”. Eso fue en el 2009.
En esos tres días de julio que Vásquez estuvo en Lima presentó su novela ganadora “El ruido de las cosas al caer” en la feria del libro, se reencontró con el escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez, quedó fascinado con la causa peruana, se sacó una foto con la imagen publicitaria de Fernando Iwasaki, y otra en el malecón que lleva el nombre del premio Nobel Mario Vargas Llosa, que elogió su novela “Los Informantes”: “Es testimonio de la riqueza de la imaginacón de Vásquez, así como de la elegancia y sutileza de su prosa”. Todo eso hizo y algo más: habló sobre lo que le genera la figura de Ribeyro.
En su ensayo, el reciente Premio Alfaguara hace una labor casi detectivesca y sigue las pistas del autor de “Solo para fumadores”: “[… ] es el mejor cuento de Ribeyro y uno de los primeros en una hipotética lista de cuentos latinoamericanos [...] No se parece en nada al resto de la obra de Ribeyro. Su registro, su fraseo, es el de las memorias personales, las confesiones”.
Ese artículo, afirma, es una puesta en escena de su preocupación por la historia literaria de Ribeyro. Sin embargo, el texto no solo se detiene en ese relato, sino que, a partir de esa historia, explica las razones por las que Ribeyro no está en ese canon latinoamericano. “Es profundamente injusto que un grande como él siga siendo un autor suplente del canon”, dice ahora Vásquez, quien sabe hasta el tipo de vino que tomaba el escritor peruano: el Saint-Émilion.
La reivindicación de la figura del creador de “Prosas apátridas” no es un acto aislado. En su país, Colombia, la figura de Julio Ramón Ribeyro ha sido elevada a una categoría en la que no se habla de seguidores, sino de fanáticos de su pluma. Entusiasmados que señalan: “Es un enorme prosista”; “Es uno de los maestros del cuento”.
Vásquez, cuya novela “Historia secreta de Costaguana obtuvo el premio Qwerty a la mejor novela en castellano en Barcelona, pertenece a ese grupo, y a ese linaje de personas para las cuales la lectura conserva todavía algo de subversivo: “Las generaciones que vienen ven a la literatura como la vitamina: ¡como si uno leyera para ser una mejor persona! Es una tontería. Leer novelas es un acto revolucionario, de contradicción con la sociedad. La letra impresa provoca adicción, muchas veces mal sana, que te obliga a ser antisocial, a rechazar al otro; todo el tiempo entendiéndolo mejor. Eso se está perdiendo y no me importa decirlo con nostalgia”.
Esa postura, a sus 38 años, lleva al escritor colombiano a mostrar su hartazgo (lo deja claro también en otro ensayo) ante la eterna pregunta en torno a cómo es escribir bajo la sombra de García Márquez: “Me irrita que la influencia literaria sea vista como un factor territorial, cuando su belleza está en la capacidad de trascender fronteras, de nutrirse tanto de la tradición de tu país como la del país vecino. Me interesa más la idea transnacional de la literatura”.
Su paso por ParísVásquez no estudia, sino que examina a fondo al autor de “La palabra del Mudo”. Lo mismo hizo antes con otros escritores durante su proceso de formación. La suya es una narrativa que ha crecido bajo la influencia de Philip Roth,distinta a la de García Márquez, cuya obra estuvo marcada por Faulkner y Hemingway. “Una de las grandes lecciones de García Márquez fue la infidelidad a la tradición colombiana. El error de muchos novelistas colombianos por querer ser García Márquez ha sido recostarse en la tradición garciamarquiana o del Boom de manera excesiva, sin darse cuenta de que muchas veces las herramientas las vende alguien que está en otra lengua y en otra tradición”.
¿En ese sentido estás en una especie de orfandad?Sí. Un novelista de algún modo es siempre alguien que busca ser huérfano. Una novela más o menos exigente es siempre una crítica y una respuesta a una novela que la precedió. Y, de algún modo, un asesinato del padre, una voluntad de aclaración de parricidio, de pertenencia a algo nuevo.
Sus filiaciones –si damos por descontado el Boom Latinoamericano– están estrechamente ligadas a autores anglosajones. A sus 23 años, arribó a París siguiendo a esos novelistas que tanto había admirado: “No solo estoy hablando del Boom, sino también de la Generación Perdida: Hemingway, Fitzgerald y Joyce, que escribieron en París. Me han servido de guías para dedicarme a escribir ficciones”.
Cuando llegó en el año 96, París no era más el ombligo literario del mundo de los sesenta. Años después se fue por esa razón: “Descubrí esa terrible inocencia: creer que las ciudades pueden transformar a alguien en escritor casi mágicamente”.
Vásquez se mudó a París también tras los pasos del mito latinoamericano de Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez. No sabía nada de Ribeyro. Por eso, se lamenta en su ensayo: “Ribey-ro murió el 4 de diciembre de 1994, en el Hospital de Enfermedades Neoplásicas de Lima. No alcanzó a volver a París; murió un año y medio antes de que yo llegara, así que nunca pude conocerlo”.
La formaciónTras su paso por Francia, tenía una sola certeza en su vida: no quería volver a Colombia. Y se fue a casa de una pareja amiga, en una campiña belga: “Era una vida decimonónica, muy rara, y fui a pedirles consejos: ‘No sé qué hacer con mi vida’, les dije. Me contestaron: ‘Quédate con nosotros y luego decides’”. Esos diez meses que pasó allí fueron fundamentales: “Descubrí qué tipo de escritor quería ser y cuáles eran y cómo se escribían esos libros que yo quería escribir”.
El resultado de ese proceso casi de taller es el volumen de cuentos “Los amantes de Todos los Santos”: historias viscerales en las que se evidencia la predilección de Vásquez por hurgar en episodios ocultos del pasado, reales o no (después lo haría magistralmente en “Los informantes”). Quizá durante esa estancia en Bélgica se hizo esas mismas preguntas que halla entre líneas en los cuentos que se acercan cada vez más al tono de “Solo para fumadores”: “Todos los cuentos mencionados (‘El polvo del saber’, ‘El ropero, los viejos y la muerte’) tienen un ingrediente en común: algo que se puede llamar nostalgia, o recuperación, algo que comienza a hacer las preguntas que Ribeyro no se ha hecho hasta ahora: quién soy, de dónde vengo, qué he hecho con mi vida”.
La disciplinaHoy Vásquez se define como un novelista de horario. Y revela más sobre esa influencia vargasllosiana: “Fue muy fuerte para mí a nivel de teoría literaria, de método y de oficio. Y mientras escribía ‘Los informantes’ siempre fui consciente de que el narrador de la novela debía imitar la misma trayectoria que yo tuve: investigar, buscar testigos y descubrir que estos no querían hablarme y que había un tema tabú y de misterio en la sociedad colombiana de los años cuarenta. Es una novela absolutamente periodística”.
Después de esa obra –que aborda el tema de la traición a través de la relación de un catedrático y su hijo, y que narra la persecución de nazis en Colombia durante la Segunda Guerra Mundial–vendría “Historia secreta de Costaguana” y después el Premio Alfaguara. Pero, entre uno y otro libro, Vásquez seguiría buscando a Ribeyro. “‘Solo para fumadores’ se me presenta, en su obra, como una gigantesca contradicción, como una defenestración de sus posiciones más arraigadas. Es un resumen, no un fragmento; y es voluntaria, intensa, descaradamente autobiográfica. En el cuento, Ribeyro desecha todas sus lealtades (para con Maupassant, para con Chéjov). ¿Pero cómo llegó a hacerlo?”, se pregunta en su ensayo.
¿Qué te atraía de Ribeyro?Me interesaba explorar y ver cómo él no tuvo vocación antinovela clara como sí la tuvo Borges. Borges la despreciaba y la desdeñaba porque la novela había perdido el carácter oral de la literatura. Pero Ribeyro no, quería escribir novelas y se atormentaba y publicó algunas y son mediocres. Esa especie de desgarro interior es muy interesante para mí.
Explica los casos raros en la historia de la escritura, en los que el temperamento hace al escritor especialmente dotado para un género y mal dotado para todos los demás. “Todavía no entiendo muy bien ‘Los jefes’ de Vargas Llosa. Es un libro bastante bueno, pero es un exotismo en su obra. De allí en adelante nunca logra ser menor. Él solo sabe ser novelista. Es esta especie de ADN de algunos escritores”.
Dice que siempre le han interesado los cambios radicales de poética de los escritores. “Normalmente suelen aferrarse a una poética casi como una tabla de salvación, como una guía espiritual. Eso fue lo que hizo Ribeyro con el realismo tan estricto que practicó en sus primeros cuentos. Y para mí sus mejores relatos están en el extremo opuesto a esa poética que él fue descubriendo poco a poco y casi de una manera dolorosa. Que tus mejores cuentos los escribas casi a pesar tuyo, enfrentado con tus convicciones…
Con la novela que le dio el Premio Alfaguara, Vásquez explora los efectos emocionales y morales que la violencia colombiana tuvo en la gente. En ese sentido, su escritura también se enfrenta no a un género sino a un pasado.
¿Cómo ha marcado Colombia tu escritura?Mucho. Yo vuelvo siempre, y después de pasar algunas semanas, algo me empieza a incomodar. Vivir en Barcelona me estimula, le tengo gratitud a esa ciudad, pero Colombia y su historia son mi obsesión.
La misma que tiene por Julio Ramón Ribeyro.
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