Cien años de búsqueda y encuentro
con Proust
Retrato social. Escritor francés
Marcel Proust.
El lenguaje en su obra es una suerte de memoria viva de su
época.
Centenario. Hace un siglo el escritor francés entregó a las imprentas los
originales de En busca del tiempo perdido, una saga fundamental en la
literatura contemporánea.
Patricia de Souza.
“Las intermitencias del corazón”. Este es el título que debía llevar los siete volúmenes de En
busca del tiempo perdido de Marcel Proust, uno de los textos más ambiciosos,
complejos, intensos y divertidos de la literatura francesa de la primera parte
del siglo XX. El atadillo con los nueve volúmenes llegó primero a manos de
André Gide, en la editorial Gallimard.
Al parecer Gide
elige un tomo al azar, que lee con apuro, sin dejarse llevar por la escritura
envolvente, de aliento poético, que caracteriza a la escritura del autor.
Encontró demasiadas referencias al mundo aristocrático de la época y descartó
el texto por “snob”.
Marcel Proust
decide editarlo con la editorial Grasset que lo acepta inmediatamente. Luego es
conocida la carta que envía Gide a Proust disculpándose por su torpeza y
pidiéndole que publique los demás tomos con Gallimard.
El primero lleva
por título Por los caminos de Swan (Du coté de chez Swan) y empieza con
esa deliciosa escena en una habitación que el narrador evoca con la célebre
frase: “Por mucho tiempo me he acostado temprano” que nos va llevando a través
de recuerdos, olores, sonidos, sabores, imágenes, una cadena de evocaciones que
es como el ADN de esta novela. El idioma de Proust es la memoria viva de
una época, además de ser una exploración del lenguaje, sus sutilezas, sus
evocaciones, una carne que late en cada fragmento de las páginas de La
búsqueda. Las “intermitencias” son también esos latidos del corazón que
acompañan la reflexión.
Entrar en Proust es perderse en esa voluptuosidad de la
lengua que nos muestra las huellas más escondidas de la memoria. Su capacidad
de síntesis (sobre la situación social de su época, el caso Dreyfus, etc.), que
atraviesa la realidad, son parte de esa porosidad proustiana que muchas
personas apreciamos pero que no parece evidente en la primera lectura. Hay una
bondad en Proust para observar a sus personajes. Imaginémoslo con las cortinas
corridas, encerrado, escribiendo.
Jean Cocteau decía
que ir a verlo era todo un espectáculo, primero, por esa salud frágil que
siempre lo mantuvo un poco postrado y que quizás es el tono que domina en La
búsqueda..., el laxismo de la enfermedad, su especie de silencio. Generalmente
llevaba guantes blancos para tocar los objetos, y no podía soportar la
presencia de ninguna planta sin desatar una crisis de asma. ¿Neurótico? Quizás,
hay que ser un obsesivo para escribir como lo hizo, tantos tomos, inventar
tantos personajes, tantas situaciones. Hay muchas veces repeticiones, algunos
lapsus porque los dictaba y corregía poco su prosa que salía de golpe, como en
estado sonámbulo.
En busca del tiempo perdido empieza como la idea de un ensayo
dirigido a Saint-Beuve, el crítico más importante de entonces quien había hecho
de la crítica literaria un ejercicio causa-efecto, demasiado encarnado en la
vida del autor.
El camino personal
El caso que Proust
disimule su homosexualidad transfiriéndola al mundo heterosexual, donde los
personajes están siempre enamorados de una mujer, no es casual. En ese entonces
hubiese sido imposible que el autor revele su opción sexual y que su libro
fuese aceptado por la crítica. Proust, aunque burgués, carecía de los recursos
psicológicos y humanos para confesar su homosexualidad.
Es curioso porque
también hay una resistencia a inscribirse en una forma de sexualidad definida.
Es un poco un “queer” (la idea de que la orientación sexual es una construcción
social y que puede desempeñar distintos roles sexuales) aunque Proust es
todavía más sutil: él entiende que la sexualidad no se reduce a un plano
semántico uniforme sino diverso, inagotable, que la identificación, con la
madre, la abuela (los personajes más fuertes en La búsqueda...) son también
pasajes por los que todo hombre transita, y el deseo de ser ellas, una de las
formas de identificación amorosa.
Proust nunca quiso hacer de sus personajes
estereotipos, modelos morales, solo personas en carne y hueso. La obra de
Proust es lo contrario del miedo y de la desconfianza, es la vida en su forma
más rotunda, más vital. A lo mejor Proust también se adelantó a Lacan: “No hay
relación amorosa, hay intercambio de lenguaje”.
Datos
El
autor. Nació en París en 1871 y murió, también en París, en 1922.
La
saga. La novela En busca del tiempo perdido, compuesta de
siete partes fue publicada entre 1913 y 1927.
Leer I tomo: Por el Camino de Swann
http://bivir.uacj.mx/LibrosElectronicosLibres/Autores/MarcelProust/En%20busca%20del%20tiempo%20perdido%20I.
Leer I tomo: Por el Camino de Swann
http://bivir.uacj.mx/LibrosElectronicosLibres/Autores/MarcelProust/En%20busca%20del%20tiempo%20perdido%20I.
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