La vida y obra de Jorge Luis Borges ha influido, como pocos autores del siglo XX, sobre las diversas literaturas del planeta. Una mirada a su legado a 25 años de su muerte.
Por: Ricardo González Vigil*
¿A qué se debe la fascinación universal que ya en vida, y de modo creciente tras su muerte, despierta el genio literario de Jorge Luis Borges, influyendo como pocos autores del siglo XX en las literaturas más diversas del planeta?
Un mundo propio
Como los grandes creadores plasmó un mundo expresivo único, con sus temas obsesivos y sus rasgos estilísticos marcadamente personales. Así se impone el adjetivo “borgiano” (otros prefieren “borgesiano”), igual que se acostumbra hablar de kafkiano, joyceano o vallejiano.
Borges creó un mundo expresivo de alcance universal, que ahonda en la condición humana, reelabora el legado histórico y el horizonte cultural de nuestra época. En definitiva, explora la capacidad del lenguaje –medio y molde del pensamiento–, la imaginación y la sensibilidad, y lo hace con una intensidad y una potencia iluminadoras que tocan las fibras más profundas de las personas que al leerlo se sienten expresadas (es decir, que su interioridad se encarna en palabras elegidas inmejorablemente) en niveles, facetas y matices novedosos y/o manifestados con tal perfección artística que generan un placer estético inagotable.
Vivencias
En “Borges y yo” (del libro “El hacedor”), el maestro ritualiza la trascendencia del genio: parte de las vivencias de su yo (su existencia individual y perecedera) para dar a luz formulaciones artísticas de valor colectivo y perdurable, que los lectores hacen suyas mediante esa existencia compartida que es la herencia cultural (donde el lenguaje resulta crucial) y la comunión espiritual con los demás: “Yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición”.
La totalidad
Entre los temas borgianos sobresalen: el carácter ilusorio de la realidad; la incapacidad de distinguir entre la vigilia y el sueño, entre lo real y lo ficticio; el laberinto (connotando que el universo es un caos o un orden incomprensible); el espejo (una realidad paralela o la verdadera realidad de la que seríamos un reflejo); y una experiencia privilegiada que supera lo circunstancial, para develar lo total o lo absoluto (un lugar que es todo el espacio, un instante que es todo el tiempo o que instala la eternidad, un día que concentra lo que la vida puede darnos, una persona-arquetipo que es todos los hombres, un libro o una frase que evoca la totalidad).
Quevedo admirado
A Borges lo asombraba la perfección pareja con que Quevedo dominó el verso y la prosa, abordando la gama completa de la experiencia (desde lo más procaz y abyecto, hasta lo más refinado y sublime, con una honda formación teológica, filosófica y humanística) y las especies literarias más diversas. Borges estampó el siguiente elogio: “Sigue siendo el primer artífice de las letras hispánicas. Como Joyce, como Goethe, como Shakespeare, como Dante, como ningún otro escritor, Francisco de Quevedo es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura” (“Quevedo”, en el libro “Otras inquisiciones”).
Gran creador
Borges no abarcó toda la experiencia humana, encadenado como estuvo al pudor, temeroso de cualquier exceso y de caer en el mal gusto.
Su limitación mayor, si lo cotejamos con los máximos genios literarios: ser más libresco que vivencial, poderosamente lúcido e imaginativo, pero atenuadamente sentimental y visceral-instintivo. Otro tanto podría decirse sobre su triple condición de cuentista (acaso el mayor del siglo XX, en el ámbito mundial), ensayista (todo lo renueva con sus conjeturas y los nexos que descubre entre voces del mundo entero, lector familiarizado con la “biblioteca de Babel”) y poeta (inamovible en el canon de los fundadores de la poesía hispanoamericana contemporánea, junto con Vallejo, Huidobro, Neruda y Octavio Paz), dotado para el verso y –sobre todo, a nuestro juicio– para la prosa, artífice consumado de miles de páginas de calidad pareja.
Sí, miles de páginas. Están no solo las obras firmadas por él, sino las ficcionales compuestas en colaboración con su mayor amigo, Adolfo Bioy Casares (sumando un tomo de medio millar de páginas), y las de corte ensayístico y/o antológico (verbigracia, “Antología de la literatura fantástica” y “Antiguas literaturas germánicas”). No olvidemos sus abundantes prólogos, reseñas, conferencias y entrevistas (sobre las que sostuvo que se sentía estafado, porque lo sometían a interrogatorios que luego eran publicados cobrando otros las regalías). Están, también, las colecciones o bibliotecas que seleccionó para las editoriales.
Todo ese conjunto se nutre de la misma óptica vertida en sus ensayos: una manera borgiana de leer, interpretar y difundir la literatura y, en general, la cultura de Occidente y Oriente. Un circuito literario completo, la cultura universal digerida y recreada por la erudición sorprendente, ingeniosa, irreverente, juguetona y estéticamente iluminadora de Borges.
(*) Crítico literario, miembro de la Academia Peruana de la Lengua.
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