Y veamos el tiempo...
Diez años. Al terminar la primera década del siglo XXI, reproducimos un artículo de Óscar Miró Quesada de la Guerra, Racso, quien reflexiona sobre la naturaleza del tiempo.
Por: Racso (1884-1981)
En la versión publicada en los diarios sobre la conferencia sustentada por el distinguido astrónomo japonés Dr. José Ueta, hay indudablemente una confusión, pues le hacen decir que según Kant, espacio y tiempo son las formas de los sentidos. Aparte de la vaguedad de tal afirmación hay un equívoco, porque de acuerdo con la filosofía kantiana el tiempo y el espacio no pertenecen al mismo orden de la realidad ni a la misma manera de ser conocidos. En cuanto al espacio, cabría expresar que es una forma de los sentidos, pero el tiempo no puede figurar dentro de esa especie de conocimiento.
Grandes contribuciones
Uno de los grandes méritos de la filosofía de Kant es haber subrayado la parte con que contribuye el hombre, el sujeto, en el proceso del conocimiento; el espacio y el tiempo son dos de las contribuciones humanas importantísimas en ese proceso. De acuerdo con este punto de vista, el tiempo y el espacio son marcos en los que viene a encuadrarse las cosas para poder ser conocidas, los moldes en los que las cosas toman las formas que las convierten en aptas para ser conocidas. Ningún objeto exterior existe para nuestro conocimiento si no se presenta a nuestros ojos ocupando un sitio en el espacio, de modo que todo cuanto podemos conocer del mundo material externo es, siempre, un conocimiento especial, condicionado por el espacio. Como todo lo que vemos, palpamos, oímos, etc., lo vemos, palpamos, oímos, con los sentidos: el espacio resulta así una realidad que depende del modo de funcionar de los sentidos, y en consecuencia puede afirmarse, como dijo el profesor japonés Ueta, que es una forma de los sentidos.
El tiempo
Y veamos el tiempo. Aquí la cosa varía. El tiempo ni lo vemos ni lo palpamos, ni lo oímos. Podemos ver sus efectos, comprobar mediante relojes los trozos de su duración, pero como realidad directa es invisible, impalpable, inaudible. Sin embargo, también depende de un marco, de un molde humano: de la manera como funciona la mente del hombre. La vida del espíritu corriente, en efecto, es una corriente de estados de conciencia, una sucesión de ideas, sentimientos y quereres continua y renovada; es decir, la vida del espíritu es temporal; para podernos dar cuenta de lo que ocurre dentro de nosotros, todo lo que dentro de nosotros ocurre tiene que someterse al molde del tiempo. En este caso no se puede decir que el tiempo es una forma de los sentidos, si no se agrega que es una forma del sentido interno.
Para Kant la sensibilidad es la capacidad de darse cuenta de la manera cómo los objetos nos afectan, y es de dos clases: sensibilidad externa e interna.
La tiranía del espejo
Para quienes piensan que basta abrir los ojos y mirar para ver las cosas tales como son en sí mismas, resulta extraño que tengan que someterse a la tiranía de condiciones de espacio y tiempo que no dependen de ellas y que solo son frutos de la facultad de percepción del sujeto que conoce, de un modo de intuir las cosas. Este sometimiento de la realidad a las formas a priori de la intuición, se aclara con un símil: el espejo.
Si colocamos cualquier objeto frente a un espejo cóncavo, el objeto resulta curvo; si el espejo es convexo, el objeto resulta deformado en sentido contrario. En ambos casos, para ser reflejado por el espejo el objeto ha tenido que someterse a las formas a priori de la intuición del espejo, es decir, a la manera de reflejar las cosas. De modo análogo, el hombre cuando conoce un objeto impone a ese objeto, que es materia de su conocimiento, las formas a priori de su intuición, que son los moldes del espacio y del tiempo, como el espejo impone a las cosas que refleja las condiciones de su modo de reflejar, que dependen de la forma recta, cóncava o convexa del espejo.
[*] El Comercio, 29 de abril de 1957.
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