domingo, 22 de agosto de 2010

♠ FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS: EL BAGRECICO(Cuento escolar)

Carlos Villacorta Valles









Trabajo desarrollado por:
  • PROF. JORGE LÓPEZ MENDOZA
  • PROF. ALDER PADILLA ANGULO
  • PROF. MANUEL ENRIQUE SECLÉN MORETO
  • PROF. MARCELO TUESTA NAVARRO
Francisco Izquierdo Ríos.

Como maestro primario, llegó a apartadas comunidades del país, hecho que avivó su sensibilidad profesional. Francisco Izquierdo Ríos nació el 29 de agosto de 1910, en la provincia de Huallaga, en el departamento de San Martín. Sus padres fueron Francisco Izquierdo Saavedra, de oficio sastre y natural de Moyobamba y Silvia Ríos Seijas, hacendada, natural de Saposoa.

Sus estudios primarios los realizó en su tierra natal hasta los nueve años, por esa época se traslada toda la familia a Moyobamba. Se gradúa de profesor normalista en el Instituto Pedagógico Nacional de Lima en 1930. Al año siguiente, en el lejano pueblo de Soritor inicia su labor docente con sólo 22 años. Esos años fueron de profundos cambios en las ideas políticas y sociales de nuestro país, a ellas Izquierdo no fue ajeno. Por abrazar las ideas socialistas, en 1932 es apresado y enviado a la colonia penal del Sepa. Es liberado en la ciudad de Chachapoyas donde contrae matrimonio con Olga López (1934), llegando a tener dos hijos: Vladimiro y Francisco.

Períodos largos de desocupación, significaron días difíciles para la familia izquierdo. Al reingresar al magisterio, inicia su peregrinaje de maestro en diferentes y apartados poblados del Amazonas.

En 1936, inicia su labor literaria a través de la poesía. "Sachapuyas", "Ande y Selva" (1938) constituyen sus primeros escritos. En 1942, se traslada a Lima para asumir la jefatura del Departamento de Informaciones del Ministerio de Educación.



En 1952 escribe "Papagayo, el amigo de los niños", poemario que encierra no sólo un entrañable amor por los elementos, paisajes y hombre de nuestra patria, sino una forma de universalizar lo regional, como en "Mi aldea", 1953.

El universo vasto de la obra de Francisco Izquierdo abarca también el cuento Ricardo González Vigil lo señalo como "un narrador nato de espontaneidad similar a la de los narradores orales..." Entre sus cuentos figuran "tierra Peruana" (1945), "Selva y otros cuentos" (1949) y "Cuentos del Tío Doroteo" (1950).

Izquierdo dedicó muchos años de su vida a la administración pública como jefe de la Sección de Folclore del Ministerio de Educación -sección que él creó- y que bajo su impulso recogió el saber de los pueblos de las diferentes regiones del país, movilizando a alumnos y maestros. Fruto de ello, es la obra: "Mitos, Leyendas y Cuentos Peruanos" (1946), en colaboración con José María Arguedas.

Su amistad con Arguedas, Ciro Alegría y Daniel Hernández, entre otros connotados escritores y poetas, convirtieron su casa en un centro de tertulia.

Su espíritu de hombre sensible lo obliga a elevar su protesta frente a una disposición "cultural" (quema de "libros revolucionarios e irreligiosos" requisados en todas las bibliotecas escolares y populares del país por intermedio de los subprefectos), por eso es destituido de su cargo de jefe de la Sección del folclore y apresado en 1947.
Pese a todo, su producción es rica y constante. En 1959, escribe "Maestros y niños", "Los cuentos de Adán Torres" y "El colibrí con cola de pavo real" (1965), este último señalado por la crítica como una de las contribuciones más valiosas a la literatura peruana.


El libro de cuentos para niños "El árbol blanco" (1953) recibe el galardón de Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ricardo Palma y en 1965, el cuento "Gavicho" fue premiado y publicado en España por la Editorial Doncel. Sus últimos cuentos fueron: "Sinti el viborero" (1967), "Llueve en Iquitos" (1975 y "Voyá" (1978).

Destacan también sus novelas "Días oscuros" (1950) y "En la tierra de los árboles" (1952). La novela "Gregorillo" en 1955, lo hace merecedor al segundo premio convocado por Juan Mejía Baca. "Mateo Paiva, el maestro" (1968), "Muyuna" (1970) y "Belén" (1972) constituyen hitos en su importante producción.

Cuando incursiona en el ensayo, nuevamente el maestro nos sorprende. En 1949 escribe "Cinco poetas y un novelista", "Cesar Vallejo y su tierra" (1949) y "La literatura infantil en el Perú" (1969). La producción de folclore de Francisco Izquierdo se concreta en "Mitos, Leyendas y Cuentos Peruanos" (1947), "Aspectos del folclore de Santiago de Chuco" (1949), "Pueblos y Bosque" en 1975 donde se refiere al folclore literario de los departamentos de San Martín y Loreto.

La crítica ha señalado que sus personajes son vivos y genuinos y su estilo reafirma su credo. Su labor como maestro le permitió poseer un profundo conocimiento del mundo infantil, creando imágenes donde las palabras van más allá de su contenido: En la punta de débil yerba / he visto temblar un rocío / En un cristal tan pequeño / caben el sol, el cielo y el río (El rocío).



Izquierdo logra en su obra exaltar la diversidad geográfica y su amor hacia la patria, ello se trasluce en el poema: "Mi patria". El tratamiento de su literatura infantil trasciende por su capacidad creadora y estética. A los 70 años, se apaga para siempre fructífera existencia. Francisco Izquierdo Ríos, gran difusor de la cultura amazónica logró en su obra una marcada orientación pedagógica, a través de un lenguaje sencillo, cálido y romántico. "Fácil sin ser vulgar, claro sin hacer llegar a la receta, rico sin pecar de exceso, noble sin recaer en la pedantería".



Primera antología de poesía para niños



El año 1961 constituye un hito en la literatura infantil la publicación del libro Poesía para niños editado por el Ministerio de Educación. Esta obra, que es una compilación de poemas de diversos autores peruanos, es considerada como la primera Antología de Literatura Infantil Peruana.

Mario Florián inicia el libro con su poema "Canción de la O", que data de 1955 y presenta poemas de José María Eguren, César Vallejo, Francisco Sandoval, Alberto Ureta, Ricardo Peña, Carlos Oquendo de Amat, Xavier Abril, Catalina Recavarren, Luis Fabio Xamar, Luis Valle Goicochea, Ciro Alegría, Julio Garrido Malaver, Abraham Arias Larreta, Jorge Ortíz Dueñas, Francisco Izquierdo Ríos, Omar Zilbert Salas, Javier Sologuren, Demetrio Quiróz Malca, Eleodoro Vargas Vicuña.

CUENTO EL BAGRECICO DE FRANCISCO IZQUIERDO RIOS
CUENTO DE LA SELVA PERUANA
Un viejo bagre, de barbas muy largas, decía con su voz ronca en el penumbroso remanso del riachuelito: «Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado a él, y he vuelto».

Y en el fondo de las aguas se movía de un lado a otro contoneándose orgullosamente. Los peces niños y
 jóvenes le miraban y escuchaban con admiración. «¡Ese viejo conoce el mar!».

Tanto oírlo, un bagrecito se le acercó una noche de luna y le dijo: «Abuelo, yo también quiero conocer el mar».

- Si, abuelo.

- Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.

Vivían en ese remanso de un riachuelito de la Selva Alta del Perú, un riíto con lecho de piedras menudas y delgado rumor. Palmeras y otros árboles, desde las márgenes del remanso, oscurecía las aguas. Esa noche, en un rincón de la pozuela iluminada tenuemente por la luna, el viejo bagre enseñó al bagrecito cómo debía llevar a cabo su viaje al lejano mar.

Y cuando el riachuelito se estremecía con el amanecer, el bagrecito partió aguas abajo. «Tienes que volver», le dijo, despidiéndolo, el viejo bagre quien era el único que sabía de aquella aventura.

El bagrecito sentía pena por su madre. Ella, preocupada porque no lo había visto todo el día, anduvo buscándolo. «¿Qué te sucede?», le preguntó el anciano bagre con la cabeza afuera de un hueco de la orilla, una de sus tantas casas.

- ¿Usted sabe dónde está mi hijo?

- No. Pero lo que te puedo decir es que no te aflijas. El muchacho ha de volver. Seguramente ha salido a conocer mundo.

- ¿Y si alguien lo pesca?

- No creo. Es muy sagaz. Y tú comprendes que los hijos no deben vivir todo
el tiempo en la falda de la madre retorna a tu casa. El muchacho ha de volver.

La madre del bagrecito, más o menos tranquilizada con las palabras del viejo filósofo, regresó a su casa.

El bagrecito, mientras tanto, continuaba su viaje. Después de dos días y medio entró por la desembocadura del riachuelo en un riachuelo más grande.

El nuevo riachuelo corría por entre el bosque haciendo tantos zigzags, que el bagrecito se desconcertó. «Este es el río de las mil vueltas que me indicó el abuelo», recordó. Su cauce era de piedras y, partes, de arena, salpicado de pedrones, sobresaliendo de las aguas con plantas florecidas en el légamo de sus superficies; hondas pozas se abrían en los codos con multitud de peces de toda clase y tamaño; sonoras corrientes, el bagrecito seguía, seguía ora nadando con vigor, ora dejándose llevar por las corrientes, con las aletas y barbitas extendidas, ora descansando o durmiendo bajo el amparo de las verdes cortinas de limo.

Se alimentaba lamiendo las piedras, con los gusanillos que había debajo de ellas o embocando los que flotaban en los remansos.

- ¡De lo que me escapé' -- se dijo, temblando. En tina poza casi muerde un anzuelo con carnada de lombriz... iba a engullirlo, pero se acordó del consejo del abuelo: «antes de comer, fíjate bien en lo que vas á comer» así, descubrió el sedal que atravesando las aguas terminaba en la orilla, en las manos del pescador, un hombre con aludo sombrero de paja.

Los riachuelos de la Selva Alta del Perú son transparentes; de ahí que los peces pueden ver el exterior.

El incidente que acababa de sucederle, hizo reflexionar al viajero con mayor seriedad sobre los peligros que amenazaban en su larga ruta; además de los pescadores con anzuelo, las pescas con el barbasco venenoso, con dinamita y con red; la voracidad de los martín pescadores y de las garzas, también de los peces grandes, aunque él sabía que los bagres no eran presas apetecibles para dichas aves, por su aletas enconosas; ellas prefieren los peces blancos, con escamas.

Con más cautela y los ojos más abiertos, prosiguió el bagrecito su viaje al mar. En una corriente colmada de luz de la mañana límpida, una vieja magra, todas arrugas, metida en las aguas hasta las rodillas, pescaba con las manos, volteando las piedras. El bagrecito se libró de las garras de la
pescadora, pasando a toda velocidad. –¡la misma muerte!-, se dijo, volviendo a mirar, en su carrera, a la huesuda anciana, y ésta le increpó con el puño en alto: “Bagrecito bandido”.

Dentro del follaje de un árbol añoso, que cubría la mitad del riachuelo, cantaban un montón de pájaros. El bagrecito, con las antenas de sus barbas, percibió las melodías de esos músicos y poetas de los bosques, y se detuvo a escucharlos.

Después de una tormenta, que perturbó la selva y el riachuelo, oscureciéndolos, el viajero ingresó en un inmenso claro lleno de sol; a través de las aguas ligeramente turbias distinguió un puente de madera, por donde pasaban hombres y mujeres con paraguas. Pensó: «Estoy en la ciudad que el riachuelo de las mil vueltas divide en dos partes, como me indicó el abuelo». «¡Ah, mucho cuidado!», se dijo luego ante numerosos muchachos que, desde las orillas, se afanaban en coger con anzuelos y fisgas los peces,que, en apretadas manchas, se deslizaban por sobre la arena o lamían las piedras, agitando las colas.

El bagrecito salvó el peligroso sector de la ciudad con bastante sigilo. En la ancha desembocadura del riachuelo de las mil vueltas, tuvo miedo; las aguas del riachuelo desaparecían, encrespadas, en un río quizá cien, doscientas veces más grande que su humilde riachuelito natal. Permaneció
indeciso un rato, luego se metió con coraje en las fauces del río.

Las aguas eran turbias y corrían impetuosas, peces gigantes, con los ojos encendidos, pasaban junto al bagrecito, asustándolo. «No tengo otro camino que seguir adelante», se dijo resueltamente.

El río turbio, después de un curso por centenares de kilómetros de tupida selva, entregaba bruscamente sus aguas a otro mucho más grande. El bagrecito penetró en él ya casi sin miedo.
Se extrañó de escuchar un vasto y constante run run musical. Débase a la fina arena y partículas de oro que arrastran las violentas aguas del río.

En las extensas curvas de ese río caudaloso hierven terribles remolinos que son prisiones no sólo para las balsas y canoas que, para descuido de los bogas, entran en ellos, sino también para los propios peces. Sin embargo, nuestro vivaz bagrecito los sorteaba manteniéndose firme a lo largo de las corrientes que pasan bordeándolos.

Cerros de sal piedra marginan también, en ciertos trechos, este río bravo, Blancas montañas resplandecientes, Al bagrecito se le ocurrió lamer una de esas minas durante una media hora, luego reanudó su viaje con mayor impulso.

Un espantoso fragor que venía de aguas abajo, le aterrorizó sobremanera. Pero él juzgó que, seguramente, procedía de los «malos pasos», debidos al impresionante salto del río sobre una montaña, grave riesgo del cual le habló mucho el abuelo.

A medida que avanzaba, el estruendo era más pavoroso... ¡Los malos pasos a la vista!... Nuestro viajero temerario se preparó para vencer el peligro... se sacudió el cuerpo, estiró las aletas y las barbitas, cerró los ojos y se lanzó al torbellino rugiente. Quince kilómetros de cascadas, peñas, aguas revueltas y espumantes, pedrones, torrentes, rocas... El bagrecito iba a merced de la furia de las aguas, aquí, chocó contra una roca, pero reaccionó en seguida; allá, un tremendo oleaje le varó sobre un pedrón, pero, con felicidad, otra ola le devolvió a las aguas.

Al término del infierno de los «malos pasos», el bagrecito, todo maltrecho, buscó refugio debajo de una piedra y se quedó dormido un día y una noche.

Se consideraba ya baquiano. Además, habla crecido, su pecho era recio, sus barbas más largas, su color blanco oscuro con reflejos metálicos, no podía ser de otro modo, ya que muchos soles y muchas lunas alumbraron desde que salió de su riachuelito natal, ya que había cruzado tantos ríos, sobre todo, vencido los terroríficos «malos pasos», los «malos pasos» en que mueren o encanecen muchos hombres.

Así, convencido de su fuerza y sabiduría, prosiguió el viaje. Sin embargo, no muy lejos, por poco concluye sin pena ni gloria. A la altura de un pueblo cayó en la atarraya de un pescador, entre sábalos, boquichicos, corvinas, palometas, lisas; empero, el hijo de un pescador, un alegre muchacho, lo cogió de las barbas y le arrojó desde la canoa a las aguas, estimándolo sin
importancia en comparación con los otros pescados.

Cerrado rumor especial, que conmovía el río, llamó un caluroso anochecer la atención del viajero. Era una mijanada, avalancha de peces en migración hacia arriba, para el desove. Todo el río vibraba con los millones de peces en marcha. Algunos brincaban sobre las aguas, relampagueando como trozos de plata en la oscuridad de la noche.

El bagrecito se arrimó a una orilla fuertemente, contra el lodo, hasta que
pasó el último pez. En plena jungla, el voluminoso río desaparecía en otro más voluminoso. Así
es el destino de los ríos: nacen, recorren kilómetros de kilómetros de la tierra, entregan sus aguas a otros ríos, y éstos a otros, hasta que todo acaba en el mar.

El nuevo río, un coloso, se unía con otro igual, formando el Amazonas, el río más grande de la Tierra. Nuestro bagrecito entró en ese prodigio de la naturaleza a las primeras luces del día, cuando los bosques de las márgenes eran una sinfonía de cantos y gritos de animales salvajes. Allá, en el remoto riachuelito natal, el abuelo le había hablado también mucho del Rey de los Ríos.

Por él tenía que llegar al mar, ya él no daba sus aguas a otro río... No se veía el fondo ni las orillas. Era, pues, el río más grande del mundo.

«Debes tener mucho cuidado con los buques», le había advertido el abuelo. Y el bagrecito pasaba distante de esos monstruos que circulaban por las aguas, con estrépito.

Una madrugada subió a la superficie para mirar el lucero del alba, digamos mejor para admirarlo, ya que nuestro bagrecito era sensible a la belleza; el lucero del alba, casi sobre el río, parecía una victoria regia de lágrimas, después de bañarse de su luz, el bagrecito se hundió en las aguas, produciendo un leve ruido y leve oleaje.


Durante varias horas de una tarde lluviosa lo persiguió un pez de mayor tamaño que un hombre para devorarlo. El pobre bagrecito corría a toda velocidad de sus fuerzas, corría, corría, de pronto columbró un hueco en la orilla y se ocultó en él... de donde miraba a su terrible enemigo, que iba y venía y, finalmente, desapareció.

Mucho tiempo viajó por el río más grande del planeta, pasando frente a puertos, pueblos, haciendas, ciudades, hasta que una noche, con luna llena enorme, redonda, llegó a la desembocadura. El río era allí extraordinariamente ancho y penetraba retumbando más de cien leguas al mar. «¡El mar!», se dijo el bagrecito, profundamente emocionado.. «¡El mar!». Lo vio esa noche de luna llena como un transparente abismo verde.

El retorno a su riachuelito natal fue difícil. Se encontraba tan lejos. Ahora tenía que surcar los ríos, lo cual exige mayor esfuerzo. Con su heroica voluntad dominaba el desaliento.

Vencía todos los peligros. Cruzó los «malos pasos» del río aprovechando una creciente, y, a veces, a saltos por sobre las rocas y pedrones que no estabantapados por las aguas. En el riachuelo de las mil vueltas salvó de morir, por suerte. Un hombre, en la orilla pedregosa, encendía con su cigarro la mecha de un cartucho de dinamita, para arrojarlo a una poza donde muchísimos peces, entre ellos nuestro viajero, embocaban en la superficie, con ruidos característicos, las millares de comejenes que, anticipadamente, desparramó como cebo el pescador.

¡No había escapatoria!. Pero, ocurrió algo inesperado, el pescador, creyendo que el cartucho de dinamita iba a estallar en su mano, lo soltó desesperadamente y a todo correr se internó en el bosque, las piedras saltaron hasta muy arriba con la horrenda explosión. Algunos pájaros también cayeron muertos de los ramajes.

La alegría del viajero se dilató como el cielo cuando, al fin, entró en su riachuelito natal, cuando sintió sus caricias. Besó con unción, las piedras de su cauce. Llovía menudamente, los árboles de las riberas, sobre todo los almendros, estaban florecidos. Había luz solar por entre la lluvia suave y dentro del riachuelo.

El bagrecito, loco de contento, nadaba en zigzags; de espaldas, de costado, se hundía hasta el fondo, sacaba sus barbas de las aguas, moviéndolas en el aire. Sin embargo, en su pueblo ya no encontró a su madre ni al abuelo. Nadie lo conocía. Todo era nuevo en el remanso del riachuelito, ensombrecido por las palmeras y otros árboles de las márgenes.


Se dio cuenta, entonces, de que era anciano. En el fondo de la pozuela, con su voz ronca, solía decir, contoneándose orgullosamente: «Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado a él y he vuelto».

Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración. Un bagrecito, de tanto oírlo, se le acercó una noche de luna y le dijo:
«Abuelo, yo también quiero conocer el mar».
- ¿Tú?
- Si, abuelo.
-Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.



4 comentarios:

  1. me gusto la historia que hiciste del bagrecico

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  2. es una muy buena historia la historia de un soñador que queria conocer el mar

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  3. Hasta donde yo sé, francisco izquierdo rios nació en saposoa, su madre la sra. Silvia rios seijas, era la hermana de la madre de mi abuelita " florita angulo rios, eso explica el porque de mi pasión en escribir poemas, es que lo heredé de mi tio abuelo " francisco izquierdo rios" es mi pasión y me gustaría ser igual de buen escritor como lo fue el. Soy samuel gustavo gonzales saavedra, hijo de uladislao gonzales angulo y mercedes saavedra perez.

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