El mago de las palabras
El Gabo, como era
conocido popularmente, fue uno de los escritores representativos del realismo
mágico, el cual mezcla realidad con fantasía, narrativa utilizada en su obra
maestra, 100 años de soledad, novela que narra la vida de siete generaciones de
la familia Buendía en el mágico pueblo de Macondo, y que le valió el premio
Rómulo Gallegos en 1972, y el Nobel de Literatura en 1982.
“La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”,
escribió el Gabo en su texto autobiográfico Vivir para
contarla.
García Márquez nació el 6 de
marzo de 1927 en la vieja casa de sus abuelos en Aracataca, un pueblo en la
costa atlántica colombiana, donde vivió hasta los ocho años de edad, antes de
mudarse a Barranquilla.
Márquez fue el mayor de una
numerosa familia de 12 hermanos de clase media. Su padre fue el telegrafista
Gabriel Eligio García, y “la niña bonita” del lugar, Luisa Santiaga Márquez,
hija del coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán.
Don Gabriel Egidio se entristeció
cuando el Gabo dejó los estudios de Derecho que inició en 1947
en la Universidad Nacional de Colombia. “Me aburría a morir esa carrera”,
llegó a afirmar Márquez, quien dejó las aulas y comenzó a ganarse la vida de
escribir en los periódicos. “Me pagaban tres pesos por nota diaria y
cuatro por un editorial cuando faltaba algún editorialista de planta”,
señaló en Vivir para contarla, al describir su trabajo en el periódico El
Espectador, donde comenzó su vida literaria.
Tras dejar la escuela, se instaló
en la ciudad de Barranquilla, donde comenzó a escribir su primera novela, La
hojarasca, mientras trabajaba como columnista del diario El
Heraldo. En esa ciudad también conoció a Mercedes Barcha, su compañera de
toda la vida.
Convencido por el escritor Álvaro
Mutis, García Márquez regresó a Bogotá en 1954, donde volvió a la planta
laboral de El Espectador, ahora como reportero y crítico de
cine.
Desde entonces, el Gabo amplió
su actividad periodística, y comenzó a colaborar en diarios de Venezuela,
México, España y Estados Unidos. Este trabajo periodístico lo llevó por primera
vez a Europa en 1955, donde reporteó para El Espectador la enfermedad
del Papa Pio XII.
Estando en Europa, al Gabo se le
informa del cierre de su casa editora, y recibe un cheque para que regrese a
Colombia. Pero García Márquez decide quedarse en París, donde vivirá “de
milagros cotidianos”, según Mario Vargas Llosa. Es entonces que escribe una de
sus obras más emblemáticas: El coronel no tiene quien le escriba.
En 1958, Márquez regresa a
América. En Venezuela, es testigo del derrocamiento del dictador Pérez Jiménez,
y en Barranquilla le da el sí a Mercedes Barcha, con quien tuvo dos hijos:
Rodrigo, nacido en Bogotá en 1959, y Gonzalo, que nació en México en 1962.
Tras mudarse a México, en 1965
comienza a escribir Cien años de soledad, obra que sale a los
estantes en 1967, y de la cual vende más de medio millón de copias en tres
años, algo que dejó a Márquez “mareado y algo incrédulo”, según Vargas Llosa,
lo que le permite dedicarse de forma exclusiva a escribir.
El trotamundos García Márquez
vive durante los siguientes años igual en Barcelona, la Ciudad de México, Cartagena,
La Habana o París; y se vuelve amigo de líderes izquierdistas como Fidel
Castro, a quien el escritor describe como “un hombre de costumbres austeras e
ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras
cautelosas y modales tenues”.
En 1981, el Gabo escribe Crónica
de una muerte anunciada, pero en pleno lanzamiento de su nueva obra, el
gobierno colombiano lo acusa de financiar a la guerrilla, lo que lo obliga a
refugiarse en la embajada mexicana durante algunas horas, para luego abandonar
Colombia.
Meses después, en 1982, le
otorgan el Premio Nobel de Literatura, “por sus novelas e historias cortas, en
las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de
imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente”.
En su discurso ante la Academia
Sueca de las Letras, Márquez afirma que América Latina vive una “realidad
descomunal” tras recordar la situación que se vive con la dictadura en Chile, y
la guerra en El Salvador. “Una realidad que no es la del papel, sino que vive
con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes
cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de
desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más
que una cifra más señalada por la suerte”, afirma.
Tras recibir el máximo galardón
en el mundo de las letras, el Gabo escribe El amor en tiempos de Cólera,
donde recrea el difícil y mal visto noviazgo de sus padres, representados en la
obra por Florentino Ariza y Fermina Daza.
En 1989 escribe El
general en su laberinto, un relato de ficción de los últimos días de Simón
Bolívar, libertador y líder de la Gran Colombia. Después vendrían Doce
cuentos peregrinos, en 1992; Del amor y otros demonios, en
1994; y Noticia de un secuestro, en 1996, esta última donde aborda
el tema del narcoterrorismo en Colombia.
Tres años después se conoce que
el Gabo padece de cáncer linfático, el cual es tratado en la
ciudad de Los Ángeles, lo que le obliga a dejar la vida pública por algún
tiempo. Su silencio es interrumpido con su última novela, Memoria de
mis putas tristes, publicada en 2004, historia que relata la historia de un
hombre que encuentra al amor al final de su vida.
La última obra de Márquez fue el
libro Yo no vengo a decir un discurso, publicado en 2010, que reúne
textos del autor los cuales recorren prácticamente toda su vida “desde el
primero, que escribe a los 17 años para despedir a sus compañeros del curso
superior en Zipaquirá, hasta el que lee ante las Academias de la Lengua y los
reyes de España al cumplir ochenta años”.
En 2012, el cumpleaños 85 de Gabo
coincidió con el 45 aniversario de la publicación de su obra 100 años
de soledad, la cual fue lanzada en versión de libro electrónico.
Una de las últimas apariciones
públicas de Márquez fue en marzo de este año, cuando decenas de personas le
cantaron las mañanitas afuera de su casa.
Cubadebate publicó la
crónica de García Márquez sobre Fidel “El Fidel Castro que yo conozco”, y la
que a su vez le dedicó el líder de la Revolución cubana al Nobel colombiano.
Véalas aquí:
Una frase entre tantas para
recordar
“Debemos arrojar a los océanos
del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de
nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí
existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde
conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad.” (Tomado
de la página de G.G.Márquez, en los Nobel de Literatura)
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