Faulkner y la
novela
Por William
Faulkner
¿Existe alguna fórmula que sea posible seguir para ser un buen novelista?
99% de talento...
99% de disciplina... 99% de trabajo. El novelista nunca debe sentirse
satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser.
Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No
preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de
ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No
sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para
preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de
robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con
tal de realizar la obra.
¿Qué técnica utiliza para cumplir su norma?
Si el escritor está
interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar
ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso mecánico, ningún atajo.
El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por
medio de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error. El buen
artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos, tiene una vanidad
suprema. No importa cuánto admire al escritor viejo, quiere superarlo.
Entonces, ¿usted niega la validez de la técnica?
De ninguna manera.
Algunas veces la técnica arremete y se apodera del sueño antes de que el propio
escritor pueda aprehenderlo. Eso es tour de force y la obra terminada es
simplemente cuestión de juntar bien los ladrillos, puesto que el escritor
probablemente conoce cada una de las palabras que va a usar hasta el fin de la
obra, antes de escribir la primera. Eso sucedió con Mientras agonizo. No fue
fácil. Ningún trabajo honrado lo es. Fue sencillo en cuanto que todo el
material estaba ya a la mano. La composición de la obra me llevó sólo unas seis
semanas en el tiempo libre que me dejaba un empleo de doce horas al día
haciendo trabajo manual. Sencillamente, me imaginé un grupo de personas y las
sometí a las catástrofes naturales universales, que son la inundación y el
fuego, con una motivación natural simple que le diera dirección a su desarrollo.
Pero, cuando la técnica no interviene, escribir es también más fácil en otro
sentido. Porque en mi caso siempre hay un punto en el libro en el que los
propios personajes se levantan y toman el mando y completan el trabajo. Eso
sucede, digamos, alrededor de la página 275. Claro está que yo no sé lo que
sucedería si terminara el libro en la página 274. La cualidad que un artista
debe poseer es la objetividad al juzgar su obra, más la honradez y el valor de
no engañarse al respecto. Puesto que ninguna de mis obras ha satisfecho mis
propias normas, debo juzgarlas sobre la base de aquella que me causó la mayor
aflicción y angustia, del mismo modo que la madre ama al hijo que se convirtió
en ladrón o asesino más que al que se convirtió en sacerdote.
¿Qué obra es esa?
El sonido y la
furia. La escribí cinco veces distintas, tratando de contar la historia para
librarme del sueño que seguiría angustiándome mientras no la contara. Es una
tragedia de dos mujeres perdidas: Caddy y su hija. Dilsey es uno de mis personajes
favoritos porque es valiente, generosa, dulce y honrada. Es mucho más valiente,
honrada y generosa que yo.
¿Qué porción de sus obras se basan en la experiencia personal?
No sabría decirlo. Nunca he hecho la cuenta, porque la “porción” no tiene importancia. Un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación. Cualesquiera dos de ellas y a veces una puede suplir la falta de las otras dos. En mi caso, una historia generalmente comienza con una sola idea, un solo recuerdo o una sola imagen mental. La composición de la historia es simplemente cuestión de trabajar hasta el momento de explicar por qué ocurrió la historia o qué otras cosas hizo ocurrir a continuación. Un escritor trata de crear personas creíbles en situaciones conmovedoras creíbles de la manera más conmovedora que pueda. Obviamente, debe utilizar, como uno de sus instrumentos, el ambiente que conoce. Yo diría que la música es el medio más fácil de expresarse, puesto que fue el primero que se produjo en la experiencia y en la historia del hombre. Pero puesto que mi talento reside en las palabras, debo tratar de expresar torpemente en palabras lo que la música pura habría expresado mejor. Es decir, que la música lo expresaría mejor y más simplemente, pero yo prefiero usar palabras, del mismo modo que prefiero leer a escuchar. Prefiero el silencio al sonido, y la imagen producida por las palabras ocurre en el silencio. Es decir, que el trueno y la música de la prosa tienen lugar en el silencio. Usted dijo que la experiencia, la observación y la imaginación son importantes para el escritor.
¿Incluiría usted la inspiración?
Yo no sé nada sobre
la inspiración, porque no sé lo que es eso. La he oído mencionar, pero nunca la
he visto.
Y, ¿en cuanto a los escritores europeos de ese período?
Los dos grandes
hombres de mi tiempo fueron Mann y Joyce. Uno debe acercarse al Ulises de Joyce
como el bautista analfabeto al Antiguo Testamento: con fe.
¿Lee usted a sus contemporáneos?
No; los libros que
leo son los que conocí y amé cuando era joven y a los que vuelvo como se vuelve
a los viejos amigos: el Antiguo Testamento, Dickens, Conrad, Cervantes... Leo
El Quijote todos los años, como algunas personas leen La Biblia. Flaubert,
Balzac -este último creó un mundo propio intacto, una corriente sanguínea que
fluye a lo largo de veinte libros-, Dostoievki, Tolstoi, Shakespeare. Leo a
Melville, ocasionalmente y, entre los poetas, a Marlowe, Campion, Jonson,
Herrik, Donne, Keats y Shelley. Todavía leo a Housman. He leído estos libros
tantas veces que no siempre empiezo en la primera página para seguir leyendo
hasta el final. Sólo leo una escena o algo sobre un personaje, del mismo modo
que uno se encuentra con un amigo y conversa con él durante unos minutos.
¿Y Freud?
Todo el mundo
hablaba de Freud cuando yo vivía en Nueva Orleáns, pero nunca lo he leído.
Shakespeare tampoco lo leyó y dudo que Melville lo haya hecho, y estoy seguro
de que Moby Dick tampoco.
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Extracto de una entrevista a William Faulkner, tomado del Boletín de Libros en Red No. 72, del 29 de enero de 2007.
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William Faulkner (1897-1962). Escritor estadounidense, Premio Nobel de Literatura 1949. Hasta la publicación de El sonido y la furia (1929) no alcanzó el éxito literario. A esta obra le siguieron otras grandes novelas -también experimentales en alto grado- como ¡Absalón, Absalón! (1936) y Las palmeras salvajes (1939). Faulkner vivió muchos años sumido en un alcoholismo destructivo. Escribió guiones de cine para productoras cinematográficas de Hollywood y los últimos años de su vida transcurrieron entre conferencias, viajes, relaciones sentimentales efímeras y curas de desintoxicación.
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