Honda tristeza ha causado en el mundo intelectual, especialmente en los predios poéticos, el reciente fallecimiento de doña Yolanda Westphalen, poeta, luchadora por los derechos de la mujer y entrañable ser humano.
Por: Ricardo González Vigil*
Sobreponiéndome al pesar que me ha causado el fallecimiento de Yolanda Westphalen (Cajamarca, 1925) el pasado 26 de junio, puesto que tuve el privilegio de gozar de su amistad y beneficiarme de su calidez humana fuera de lo común, escribo estas líneas para poner de relieve que era una de las voces femeninas más admirables de las letras peruanas. En 1999 fue galardonada en París, por la Asociación Côtè-Femmes, con el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Gabriel Mistral, y a nivel nacional recibió numerosos homenajes y reconocimientos por sus altos méritos literarios. No llegó a publicar ningún volumen narrativo, pero mostró singulares dotes en los cuentos que difundió, en particular “El complot”, seleccionado en el volumen “Cuentan las mujeres”, publicado por la filial limeña del Instituto Goethe, en 1986. Supo, además, estudiar con penetración crítica y fina sensibilidad a Rulfo y Arguedas, en sus tesis universitarias; y colaboró en el volumen que editó el filósofo Mariano Iberico comentando los poemas de “Trilce” de Vallejo.
Voz poética
Primero y antes que nada fue una poeta sobresaliente, de las mayores en la Generación del 50, tan pródiga en figuras femeninas memorables: Blanca Varela, Julia Ferrer, Cecilia Bustamante, Lola Thorne, Raquel Jodorowsky, Sarina Helfgott, Elvira Ordóñez. Alcanzó una madurez expresiva sumamente personal con su segundo poemario, “Objetos enajenados” (1971). Si Neruda aborda la enajenación de la naturaleza sometida por el ser humano (“Entrada a la madera” de “Residencia en la tierra”, por ejemplo) y celebra cualidades presentes en nuestra vida cotidiana (en sus cuatro “Odas elementales”), Yolanda Rodríguez de Westphalen (se casó con un hermano del gran poeta Emilio Adolfo Westphalen, cuyo centenario de nacimiento –¡singular coincidencia!– se cumple dentro de pocos días) acierta a liberar la energía humana empozada en los objetos de nuestro entorno vital: “La silla y el terno ofrecen / una sofrenada visión / de una extraña cáscara de hombre […] nosotros seguimos tocando oliendo rebuscando / ese perfil gastado de una vida forrada en tela / y el terno de casimir barato / nos mira con sus rayas grises y azules / nos observa con sus líneas desplanchadas” (“Un terno”).
Primero y antes que nada fue una poeta sobresaliente, de las mayores en la Generación del 50, tan pródiga en figuras femeninas memorables: Blanca Varela, Julia Ferrer, Cecilia Bustamante, Lola Thorne, Raquel Jodorowsky, Sarina Helfgott, Elvira Ordóñez. Alcanzó una madurez expresiva sumamente personal con su segundo poemario, “Objetos enajenados” (1971). Si Neruda aborda la enajenación de la naturaleza sometida por el ser humano (“Entrada a la madera” de “Residencia en la tierra”, por ejemplo) y celebra cualidades presentes en nuestra vida cotidiana (en sus cuatro “Odas elementales”), Yolanda Rodríguez de Westphalen (se casó con un hermano del gran poeta Emilio Adolfo Westphalen, cuyo centenario de nacimiento –¡singular coincidencia!– se cumple dentro de pocos días) acierta a liberar la energía humana empozada en los objetos de nuestro entorno vital: “La silla y el terno ofrecen / una sofrenada visión / de una extraña cáscara de hombre […] nosotros seguimos tocando oliendo rebuscando / ese perfil gastado de una vida forrada en tela / y el terno de casimir barato / nos mira con sus rayas grises y azules / nos observa con sus líneas desplanchadas” (“Un terno”).
Oda a la vida
Luego de plasmar con hondura expresiva un clima de desolación, sacudida por el temor a la muerte y el cuestionamiento del sentido de la existencia, en “Universo en exilio” (1984) y “Ojos en ceguera clausurados” (1989), ingresó a una etapa, más admirable si cabe, en que entonó una salutación eufórica a la vida, a la magia de crear en “Saludo a Vallejo / Fuegos fatuos” (1996), “Graffiti” (1999) e “Himno a la vida” (2000). Recordemos, al respecto, el siguiente pasaje sobre la experiencia culminante de la maternidad: “Estrellas dormidas / despiertan / ante la vorágine del parto / parir es integrarse / a la unidad / creativa del cosmos / a la visión asunta / del crear creando / el milagro / del hijo fosforescente / nacido del rojo amor / de tu cuerpo / en sangre roja / ya consagrado” (“Alumbrar”, de “Fuegos fatuos”).
Luego de plasmar con hondura expresiva un clima de desolación, sacudida por el temor a la muerte y el cuestionamiento del sentido de la existencia, en “Universo en exilio” (1984) y “Ojos en ceguera clausurados” (1989), ingresó a una etapa, más admirable si cabe, en que entonó una salutación eufórica a la vida, a la magia de crear en “Saludo a Vallejo / Fuegos fatuos” (1996), “Graffiti” (1999) e “Himno a la vida” (2000). Recordemos, al respecto, el siguiente pasaje sobre la experiencia culminante de la maternidad: “Estrellas dormidas / despiertan / ante la vorágine del parto / parir es integrarse / a la unidad / creativa del cosmos / a la visión asunta / del crear creando / el milagro / del hijo fosforescente / nacido del rojo amor / de tu cuerpo / en sangre roja / ya consagrado” (“Alumbrar”, de “Fuegos fatuos”).
La tristeza
Ya en este siglo XXI, desgarrada por el fallecimiento de su esposo, erosionada por el envejecimiento, retornó, con austeridad estilística y apresando en el silencio la mayor sugerencia poética, mediante “Silencio de piedra” (2004) y “Viviendo el tiempo” (2008), a expresar su lado tanático (dolor y muerte), pero haciendo que la esperanza aletee entre tanta oscuridad: “En la noche soñolienta / juego con las sombras / Me fugo con el viento / y despacio / escondo / entre las tinieblas / hermosas luciérnagas / que se incendian / en palpitante luz” (“Viviendo el tiempo”, poema 47).
Ya en este siglo XXI, desgarrada por el fallecimiento de su esposo, erosionada por el envejecimiento, retornó, con austeridad estilística y apresando en el silencio la mayor sugerencia poética, mediante “Silencio de piedra” (2004) y “Viviendo el tiempo” (2008), a expresar su lado tanático (dolor y muerte), pero haciendo que la esperanza aletee entre tanta oscuridad: “En la noche soñolienta / juego con las sombras / Me fugo con el viento / y despacio / escondo / entre las tinieblas / hermosas luciérnagas / que se incendian / en palpitante luz” (“Viviendo el tiempo”, poema 47).
(*) Miembro de la Academia Peruana de la Lengua.
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