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Carlos Villacorta Valles
El poder de la escritura
Por: Diana Gonzales Obando
En la introducción de “Los límites de la interpretación” (2000), el filósofo italiano Umberto Eco cita un fragmento del “Mercury, Or the Secret and Swift Messenger” publicado por el obispo Wilkins en 1641: “Hay una graciosa historia [], concerniente a un esclavo indio; el cual, habiendo sido enviado por su amo con una cesta de higos y una carta, se comió durante el camino gran parte de su carga, llevando el resto a la persona a la que iba dirigido; la cual, cuando leyó la carta alegaba contra él”. En una segunda parte del relato, el esclavo indio es enviado nuevamente con una carga similar; pero, en esta ocasión, esconde la carta debajo de una gran piedra y, al estar seguro de que esta no lo veía, devoró los higos. Según Wilkins, al verse descubierto por la carta el esclavo indio confesó su error “admirando la Divinidad del Papel”. Dos siglos después, nuestro Ricardo Palma en lugar de higos habló de melones en la tradición “Carta canta”. Pero, antes, el Inca Garcilaso ya había consignado esta anécdota en “Los comentarios reales de los incas” (Libro IX, capítulo XXIX).
La otra escritura
Tanto Wilkins, como Palma y Garcilaso, coinciden en que los indígenas le atribuyen al papel características mágicas, pues suponen que este delataba el hurto. Sin embargo, Martin Lienhard, autor de “La voz y su huella” (1992), dice que es imposible concluir que ellos no entendieran las funciones simbólicas del grafismo, pues, antes de la irrupción de los europeos, ya habían elaborado sistemas gráficos o de anotación tan complejos como el quipu andino o los glifos mesoamericanos.
Mecanismos de poder
Si antes de la invasión hispánica ya existía una “escritura” nativa ¿qué hizo que la escritura de los españoles predominara? Al parecer, el poder de la palabra escrita tiene sus orígenes en el miedo. Si después de dar lectura a un documento, los indígenas eran despojados de sus tierras y posesiones, a la larga interiorizaron la dominación por medio de las grafías. A diferencia de los milenarios cantos amazónicos, donde no interesa conservar la imagen mental de las palabras, sino perennizar la transmisión de una emoción; la escritura posee la característica de la fijación tangible y visual de los discursos. En ella, los españoles encontraron un medio imborrable de autoridad que podía ser retransmitido más allá del tiempo y del espacio, sin perder su poder. La escritura occidental se oficializó en América al ser dotada de un soporte jurídico, con lo cual se justificaba una actuación “dentro de las leyes”. Además, el poder de la palabra era transmitido con el prestigio de la religión cristiana, y con el “permiso” y en nombre de Dios, cuya enunciación era prueba del mandato divino del acto de conquista.
El imperio continúa
Para Antonio Cornejo Polar, crítico literario y autor de “Escribir en el aire” (1994): “la escritura en los Andes no es solo un asunto cultural; es, además, y tal vez sobre todo, un hecho de conquista y dominio”. Quinientos dieciocho años después de la primera operación escritural en América —un 11 de octubre de 1492—, el poder de la escritura occidental continúa, esto se comprueba en la desaparición de la educación bilingüe (en español y lengua nativa, así como paulatinamente de la memoria oral) en nuestro país, en el repliegue de educación ideal como signo de respeto al otro y de integración cultural.
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