LA TRAMPA DE
LA CALIDAD: UNA CRÍTICA AL CONCEPTO MERCANTILISTA DE LA EDUCACIÓN
Por Carlos
Villacorta Valles
carlosvillacortavalles@gmail.com
Diario Regional AMANECER. Jueves 19/06/25
¿QUIÉN DEFINE QUÉ ES CALIDAD?
Hablar de "calidad de la educación" se ha
vuelto casi una obligación en discursos oficiales, políticas públicas, informes
internacionales y agendas educativas globales. Sin embargo, es necesario
detenernos críticamente y preguntarnos: ¿qué se entiende por calidad?, ¿quién
la define?, y sobre todo, ¿a quién beneficia esa definición?
La "calidad" se ha convertido en una palabra
fetiche: flexible, seductora, incuestionable. Pero también es una trampa
semántica que disfraza relaciones de poder, desigualdades estructurales y
un proyecto ideológico que transforma a la educación en una mercancía y a los
estudiantes en insumos de productividad.
El concepto de “calidad” se refiere a la capacidad de
un producto para cumplir con ciertos estándares establecidos y satisfacer a los
"clientes". Cuando esta lógica se traslada a la educación:
- Se
asume que el estudiante es un producto.
- La
escuela/universidad es una fábrica.
- El
docente es un operario.
- Y el
mercado laboral es el cliente final.
Esta metáfora reduce la complejidad humana del
proceso educativo y lo somete a los imperativos de la eficiencia, la
estandarización y la competencia.
Hablar de “calidad educativa” en los términos actuales
suele implicar:
- Rankings,
estándares, pruebas estandarizadas (como PISA).
- Indicadores
de desempeño (logro de aprendizajes medibles).
- Evaluación
centrada en resultados cuantificables.
Esto despolitiza y descontextualiza la
educación. Ignora los factores estructurales (como pobreza, racismo,
desigualdad cultural) y vacía de contenido crítico y transformador al
proceso pedagógico.
La noción de “calidad educativa” ha sido usada como
bandera para:
- Justificar
la privatización de la educación: Si el Estado “no asegura calidad”, el mercado
debe suplirlo.
- Promover
la competencia entre escuelas, universidades, docentes y estudiantes.
- Legitimar
reformas que precarizan la docencia y reducen el currículo a competencias
laborales.
En este sentido, la “calidad” es un caballo de
Troya ideológico que sirve para mercantilizar derechos y reducir la
educación a una inversión rentable.
Autores como Paulo Freire, Boaventura de
Sousa Santos o Henry Giroux advierten que la educación no debe ser
simplemente “eficaz” o “competitiva”, sino:
- Un
proceso liberador, crítico y profundamente humano.
- Un
espacio de formación ética, política y estética.
- Un
territorio de creación de sentido, de identidad y de transformación
social.
I. ORIGEN EMPRESARIAL DEL CONCEPTO
DE “CALIDAD”
El término "calidad" proviene del mundo
industrial, en particular de la teoría de gestión empresarial y control de
procesos. A partir de la posguerra, figuras como W. Edwards Deming y Joseph
Juran desarrollaron sistemas para asegurar la “calidad total” en la producción
industrial. Posteriormente, esta lógica fue transferida al ámbito educativo
bajo el paradigma del management educativo.
Las reformas estructurales impulsadas por organismos
como el Banco Mundial y el FMI desde los años 80 incluyeron la exigencia de
“eficiencia” y “calidad” en los sistemas educativos, en clara sintonía con las
políticas de ajuste estructural y privatización. Desde entonces, la
educación comenzó a ser medida como una inversión económica, más que como un
derecho o un proceso liberador.
II. LA MEDICIÓN COMO DOGMA:
ESTÁNDARES, PRUEBAS Y RANKINGS
La calidad educativa fue secuestrada por las métricas.
Pruebas estandarizadas como PISA, TERCE o ECE se convirtieron en los
principales instrumentos para medirla, reduciendo la complejidad del acto
educativo a una serie de indicadores cuantificables.
Así, se impone una visión tecnocrática que evalúa
únicamente lo que puede ser medido: rendimiento en lectura, matemática y
ciencia, ignorando dimensiones esenciales como la ciudadanía crítica, la
creatividad, el arte, la sensibilidad humana o los saberes ancestrales. De este
modo, la lógica de la competencia reemplaza a la del cuidado y la comunidad.
III. LA CALIDAD COMO MERCANCÍA:
CONSUMIDORES Y PRODUCTOS
Cuando se habla de calidad educativa se habla desde
una perspectiva neoliberal, se asume implícitamente que la educación es un
bien de consumo. Los estudiantes se convierten en “clientes” o “capital
humano”, y las escuelas y universidades en “proveedoras de servicios”.
Este modelo genera rankings, acreditaciones,
certificaciones, estándares de desempeño, y una multiplicación de mecanismos de
evaluación externa que favorecen a las élites y excluyen a los sectores
populares.
Se promociona una educación “de calidad” que es, en
realidad, una educación que cumple con las exigencias del mercado laboral,
adaptando los currículos a las necesidades del capital y despolitizando la
enseñanza. Se forman trabajadores obedientes, no ciudadanos transformadores.
IV. INVISIBILIZACIÓN DE SABERES
LOCALES Y EXPERIENCIAS POPULARES
La obsesión con la “calidad” despoja de valor a los
saberes locales, comunitarios, ancestrales. En lugar de partir de las
necesidades reales de los pueblos, se impone un currículo estandarizado y ajeno
a los contextos.
La diversidad cultural es tolerada como folclore, pero
no es reconocida como conocimiento legítimo. Los procesos pedagógicos
que emergen desde los barrios, las comunidades rurales o los movimientos
sociales son marginados por no “cumplir estándares”.
La educación de calidad, en este sentido, opera
como una forma de colonialismo epistémico: impone una sola forma de saber y
de evaluar el mundo, desechando otras formas de conocimiento, espiritualidad y
convivencia.
V. ALTERNATIVAS: REPENSAR LA
EDUCACIÓN DESDE UNA MIRADA CRÍTICA Y EMANCIPADORA
Es urgente y necesario desmercantilizar el lenguaje
y el sentido de la educación. En lugar de hablar de calidad, debemos hablar
de pertinencia cultural, justicia educativa, dignidad pedagógica y
transformación social.
Hace unos meses me
preguntaron: en concreto ¿Qué decimos, entonces? Respondí que, hasta “integral”
sería mejor, pero hablar de “educación justa” en lugar de
“educación de calidad”, es mi sugerencia.
Así, recuperar a Paulo Freire, a José Carlos
Mariátegui, nos permite construir una pedagogía justa, centrada en la
conciencia crítica, en la liberación y en el diálogo de saberes.
Debemos defender la educación como un acto
político, un derecho humano y una herramienta para la transformación de las
condiciones de vida. Esto implica no solo enseñar contenidos, sino cultivar
el pensamiento crítico, la sensibilidad ética y la capacidad de luchar por un
mundo más justo.
DESMONTAR EL MITO DE LA CALIDAD
La noción hegemónica de “calidad educativa” no es
neutra. Está cargada de ideología, de intereses económicos, de visiones del
mundo que deben ser cuestionadas. Si queremos una educación verdaderamente
transformadora, no podemos aceptar sin crítica los marcos conceptuales que nos
impone el mercado.
No se trata de negar toda forma de evaluación o
mejora, sino de recuperar el sentido profundo de la educación como proceso
humano, político y comunitario. Solo así podremos construir una educación
que no mida con métricas vacías, sino que transforme vidas y territorios.
ALGUNAS PREGUNTAS PARA EL DEBATE
- ¿Qué
significaría hablar de “educación justa” en lugar de “educación de
calidad”?
- ¿Cómo
podemos construir indicadores alternativos desde las comunidades y no
desde las industrias?
- ¿Cuál es
el papel del Estado, las escuelas, los docentes y los movimientos sociales
en esta disputa semántica y política?