LA PEDAGOGÍA DEL MIEDO Y LA
PSICOLOGÍA DE LA CORRUPCIÓN: LA DICTADURA CONGRESAL EN EL PERÚ
Por Carlos Villacorta Valles
carlosvillacortavalles@gmail.com
Jueves 13 de noviembre 2025
Diario Regional AMANECER.
Moyobamba-San Martín
NUESTRA PATRIA TOMADA COMO REHÉN. EL
MIEDO COMO PEDAGOGÍA DEL PODER
El Perú atraviesa una noche larga. La patria, que
debería ser escuela de libertad y justicia, ha sido convertida en un aula
oscura donde el maestro es el miedo y la lección es la resignación. El poder
político, en manos de un Congreso que se autoproclama representante de la
voluntad popular, ha degenerado en una DICTADURA CONGRESAL, una
maquinaria que enseña con látigo y censura, como operadores siniestros de los
que controlan el poder económico (CONFIEP).
El Congreso, que debería ser su cerebro deliberante,
se ha convertido en una máquina de manipulación y chantaje, una jaula de hienas
donde los intereses personales se disfrazan de leyes.
Los grupos que controlan el Congreso, encabezado por
el grupo de la señora KK, deciden quién gobierna y quién no, quién vive y quién
debe ser eliminado políticamente. Como en una tragedia griega, los titiriteros
del poder se han apropiado del teatro del Estado: cambian los actores, pero el
guion sigue siendo el mismo: la perpetuación de la impunidad. Ahí está su nuevo
“presidente” fantoche con sus espectáculos.
LA PEDAGOGÍA DEL MIEDO Y LA
PSICOLOGÍA DE LA SUMISIÓN
El Congreso peruano ha convertido la política en un
laboratorio perverso donde se experimenta con las emociones colectivas. A
través de discursos vacíos, titulares manipulados y espectáculos mediáticos, ha
instalado una PEDAGOGÍA DEL MIEDO: una educación informal y constante
que enseña a callar, a no mirar, a obedecer. La amenaza y el escándalo
reemplazan al argumento. Se persigue al diferente, se estigmatiza al crítico,
se ridiculiza al honesto.
El miedo, como instrumento político, opera sobre la
psicología del pueblo. La gente común -el ciudadano de a pie, el profesor
jubilado, la madre de familia, el joven estudiante- terminan interiorizando una
sensación de impotencia. Es el síndrome del preso que se acostumbra a su celda.
El miedo paraliza, pero también educa en la resignación.
Los verdaderos delincuentes -los que roban con leyes y
decretos, los que negocian los destinos del país en la penumbra- acusan a los
demás de ser corruptos, violentos o traidores. Así, el Congreso se erige como
juez moral cuando, en realidad, es el epicentro de la decadencia ética. Es un
espejo invertido: cuanto más condenan a los otros, más ocultan su propia
podredumbre.
Psicológicamente, el régimen ha instalado un terror
cotidiano, una pedagogía de la parálisis. Cada ciudadano aprende a
desconfiar, a hablar en voz baja, a aceptar que nada puede cambiar. La
corrupción se vuelve paisaje, el abuso costumbre. LOS NOTICIEROS FUNCIONAN COMO
CATECISMOS DEL CONFORMISMO: REPITEN EL EVANGELIO DEL MIEDO HASTA CONVERTIRLO EN
VERDAD.
El Perú se asemeja a un hospital en ruinas
donde los enfermos gobiernan a los médicos. Los gobernantes, carcomidos por la
codicia, reparten placebos de patriotismo mientras roban las medicinas del alma
nacional.
Se gobierna como quien administra una mina saqueada:
extraer lo que queda, vender lo que aún respira, hipotecar el futuro de las
próximas generaciones. Como decía Nietzsche, “quien lucha demasiado tiempo
contra los monstruos, corre el riesgo de convertirse en uno de ellos”. En el
Perú, los monstruos ya no se esconden: legislan, sonríen y prometen estabilidad
mientras devoran la democracia.
EL CONGRESO COMO FÁBRICA DE
DELINCUENCIA
La delincuencia común, que asola las calles, es solo
un reflejo microscópico del delito mayor que se comete desde el Parlamento.
Allí se negocian impunidades, se compran votos, se reparten instituciones como
si fueran botines. La delincuencia de arriba organiza la delincuencia de
abajo. No hay sicarios sin impunidad política, ni extorsión sin corrupción
judicial.
Este Congreso, con su discurso de orden y moralidad,
ha construido un Estado de inseguridad total. Nos dicen que nos protegen del
crimen, pero ellos son quienes lo administran. Han hecho del poder un mercado
negro, del país un cuerpo mutilado, del ciudadano una sombra asustada.
EL CIUDADANO DE A PIE: PEDAGOGÍA DE
LA RESISTENCIA
Ante esta realidad, ¿qué debe hacer el ciudadano
común? La respuesta no está en la desesperación, sino en la PEDAGOGÍA DE LA
RESISTENCIA. Si ellos enseñan miedo, nosotros debemos enseñar conciencia.
Si ellos siembran odio, nosotros debemos cultivar pensamiento crítico. El
primer acto de rebelión no es una marcha, sino una palabra que se niega a ser
silenciada.
El ciudadano de a pie no es un espectador impotente:
es la semilla del cambio. Debemos volver a educarnos en la ética del bien
común, en la solidaridad activa, en la organización barrial, en la lectura
crítica, en el debate político desde abajo. La educación, la cultura y la
memoria son las verdaderas armas del pueblo.
La resistencia empieza cuando entendemos que el poder
sin moral es locura, y que la democracia sin justicia es una comedia trágica.
Es necesario recuperar la pedagogía de la esperanza.
QUÉ HACEMOS: DESPERTAR DEL LETARGO
El Perú no está muerto, está dormido bajo el ruido de
los noticieros, bajo el polvo de las promesas incumplidas. Pero el sueño, por
profundo que sea, siempre acaba con un despertar. Cada ciudadano debe asumir su
papel de maestro de sí mismo y de su comunidad: enseñar a mirar, a dudar, a
indignarse con dignidad.
El Congreso podrá controlar los poderes del Estado,
pero nunca podrá controlar la conciencia despierta de un pueblo que empieza a
pensarse a sí mismo. El miedo puede paralizar por un tiempo, pero no eternamente.
Como la semilla que rompe el asfalto, la verdad siempre encuentra un modo de
florecer.
Hoy el Perú necesita menos obediencia y más lucidez;
menos aplausos y más preguntas; menos discursos y más conciencia. Porque solo
cuando el pueblo aprenda a leer entre las líneas del poder, podrá escribir de
nuevo la historia que le han robado.
El desafío no es solo cambiar gobernantes, sino cambiar
la conciencia colectiva. Necesitamos una pedagogía del coraje, que
forme sujetos críticos, libres, capaces de distinguir entre causa y efecto,
autoridad y autoritarismo, entre ley y justicia, entre orden y opresión.
Necesitamos una filosofía de la esperanza activa, que devuelva al pueblo
la confianza en su propia voz.
El Perú no está condenado: está anestesiado. Y como
todo cuerpo dormido, puede despertar. La dictadura congresal caerá cuando el
miedo deje de ser el maestro. Caerá cuando los ciudadanos asuman que la
política no es propiedad de unos cuantos, sino derecho de todos. Caerá cuando
los maestros, los jóvenes, las mujeres y los pueblos originarios tomen la
palabra y conviertan la indignación en acción organizada.
