jueves, 24 de junio de 2010

♠ ¡AL RINCÓN! ¡QUITA CALZÓN! (Resumen)

¡AL RINCÓN! ¡QUITA CALZÓN!

Una mañana de 1976, durante las clases del seminario de Arequipa, el obispo Chávez de la Rosa, encontró que el maestro de latinidad no se había presentado en su aula y decidió reemplazarlo por ese día. Los alumnos, sin maestro, habían olvidado todos los temas de la lección.

El nuevo profesor comprobó el aprendizaje de los alumnos y a cada respuesta equivocada les profería la tremenda frase:

—¡Al rincón! ¡Quita calzón! —pues estaban en los tiempos de creer que la letra con sangre entra y los castigados recibían hasta doce azotes en las posaderas.

Cuando ya había una docena de arrinconados le llegó su turno al más chiquitín y travieso de la clase.

—¿Quid est oratio? —le preguntó el obispo.

El niño quedó mirando el techo (como si las vigas fueran tónico para la memoria) y luego de cinco segundos sin respuesta, el obispo lanzó el inapelable fallo:

—¡Al rincón! ¡Quita calzón!

El chico obedeció, pero murmurando entre dientes algo que incomodó a su ilustrísima. Cuando le preguntó qué rezongaba ,el muchacho negó todo, pero seguía hablando entre dientes. Tanto hurgó el obispo que al fin el niño le dijo:

—Con venia de su señoría, y si no es atrevimiento, quisiera hacerle una pregunta

—A ver, hijo, pregunta —dijo el obispo al que le había picado la curiosidad

—Podría decirme, su señoría, cuántos Dominus vobiscum tiene la misa.

El señor Chávez de la Rosa levantó los ojos y no pudo dar con la respuesta, pues nunca se había puesto a contar cuantos Dominus vobiscum tiene una misa. El padre derrotado, amnistió ese día a todos los castigados gracias al ingenio del muchacho.

El obispo se hizo protector del niño y cuando, en 1804, viajó a España, se llevó con él al cleriguito del Dominus vobiscum.

Andando los tiempos, ese niño se convirtió en uno de los más prestigiosos oradores y prohombre de independencia, Francisco Javier de Luna Pizarro, vigésimo arzobispo de Lima, nacido en Arequipa en 1780 y muerto el 9 de febrero de 1855. Por Alvaro Felipe.

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