lunes, 28 de marzo de 2011

♠ LOS POETAS Y LAS BOHEMIAS ¿Por qué?

Cuánto de cierto y mentirá habrán en estas obesas palabras del deshonor, sabiendo que Vallejo y Mariátegui no eran la devoción de Luis Alberto Sánches, apenas les toca en sus "tratados de literatura". Pido entonces que Hinojosa se documente más y con más objetividad u otros lo pueden hacer por él.



El templo del poeta


Abraham Valdelomar vivió sus años de bohemia en el Palais Concert, un café ubicado entre  lo que hoy es el Jirón de la Unión y la avenida Emancipación. Ahora este emblemático lugar, abandonado durante años, está por convertirse en tiendas Ripley. Aquí recreamos el ambiente del que fuera el epicentro de la intelectualidad limeña en los albores del siglo XX.

Por Ghiovani Hinojosa



Abraham Valdelomar, sentado frente a una humeante taza de café de Chanchamayo, aguarda todas las miradas. No es una empresa difícil: gritan en silencio sus lentes tipo quevedo, su camisa y sacón afrancesados, su rostro empolvado, pero, sobre todo, su altivez. Cuando ya está en la retina de casi todos los asistentes del Palais Concert, alza los brazos y acerca sus dedos juguetones a sus mejillas. “Beso estas manos que han escrito cosas tan bellas”, dice en voz alta. Su contertulio, un pálido y narcisista José Carlos Mariátegui, le sigue el juego con un comentario teatral: “Hacéis bien, conde: lo merecen”. Entonces, Valdelomar, que ya firmaba sus creaciones literarias con el seudónimo de “Conde de Lemos”, sonríe complacido y continúa sus diálogos sobre estética.

La escena está retratada en el libro Valdelomar o La belle époque (1969), de Luis Alberto Sánchez, por esos años habitué del famoso café-confitería. El Palais Concert fue, entre 1913 y 1930, el centro de cháchara de los intelectuales y artistas peruanos. En sus salones atiborrados de espejos y ornamentación estilo art nouveau italiano, se gestó el grupo literario Colónida. Pero ¿quiénes eran estos habladores de verbo exquisito?, ¿cómo lucía exactamente este lugar?

Los señores de la tertulia
Tu sonrisa traviesa/se miró en el plaqué/de la tetera obesa/y en la taza de té./La música vienesa/aletargó el Palais/Rimé de sobremesa/un verso sin por qué. Abraham Valdelomar, requerido por una admiradora, improvisa un soneto sobre una servilleta. Soñé la tontería/de una galantería/bella y sentimental./Te busqué en el espejo/y el milagro complejo/me hizo sentirme dual. Aplausos.


Las fans de los escritores tenían, en este espacio, la oportunidad de pedirles pruebas-relámpago de su ingenio. Ellos, ávidos de un reconocimiento que en ese momento les era esquivo, se las daban sin ambages. ¿Quiénes integraban la corte valdelomariana? El poeta y crítico de arte Alfredo González Prada –hijo de Manuel–, que se suicidaría en New York en 1943; Pablo Abril de Vivero –hermano de Xavier–, vate y promotor literario; Félix del Valle, paisano de Abraham y autor de los provocadores El camino hacia mí mismo. Tres novelas frívolas y Juergas en Sevilla; Antonio Garland, dramaturgo de apelativo “Antuco”; Percy Gibson –padre de Doris, fundadora de Caretas–, poeta tierno e iconoclasta; el versador vanguardista Alberto Hidalgo; y, desde 1918 hasta 1923, César Vallejo.



Mención propia merecen Alberto Ulloa Sotomayor y Federico More. El primero, teórico del Derecho Internacional, había sido rival de Abraham Valdelomar en las aulas de San Marcos y llegó a tener con él un duelo de espada sin resultados trágicos. Tras amistarse con el poeta, Ulloa se convirtió en un ‘colónida’ acérrimo y prologó el libro de cuentos de Valdelomar El caballero Carmelo. El segundo, dueño de una de las prosas más filudas del siglo XX, era colaborador del diario La Prensa y otras muchas publicaciones, una especie de periodista freelance de la época. Y su presencia junto a Valdelomar suponía un choque de titanes.



Vallejo, entonces un poeta provinciano de ambiciones continentales, se extasiaba oyendo a las gordas vienesas que tocaban valses de Strauss desde lo alto de un estrado. Según el escritor Carlos Thorne, el vate liberteño solía a veces abandonar el Palais Concert para irse a fumar opio. De hecho, en su relato “Cera”, de Escalas melografiadas, Vallejo escribe: “Aquella noche no pudimos fumar. Todos los ginkés de Lima estaban cerrados(...). Todavía me sentía un tanto ebrio de los últimos alcoholes(...). Quise entonces fumar. Necesitaba yo alivio para mi crisis nerviosa”.



Radiografía del lugar

El Palais Concert, café-confitería construido en 1911 por dos arquitectos italianos, los hermanos Másperi, funcionaba en el primer piso y el sótano de un edificio de tres plantas. Disponía de dos salones, uno amplio y otro pequeño, además del bar y la confitería. En el salón grande, con paredes llenas de espejos, lámparas y olor a chocolate, estaban distribuidas ochenta mesitas de metal pintadas de blanco, con cuatro sillas de paja fina cada una. Se bebía té inglés y café de Chanchamayo.
Este era el hábitat de un fascinante debate cultural. Sus protagonistas exhibían un bagaje de conocimientos tan diverso como enjundioso. Valdelomar llamaría después a las conversaciones sostenidas en este lugar “diálogos máximos”. Uno de ellos ironiza sobre la mercantilización de la muerte y los tipos de entierro que había entonces en Lima:


Si iba su deudo en primera clase, pasaría por el Jirón de la Unión, halado por seis mulas con negra mantilla española. ¿Te parece plácido que cuando uno se muera lo lleven a la última morada seis burros con mantilla española?/Seis burros con mantilla española son una complicación social, el rito. De esta suerte, cuando el entierro es de tercera clase, ¿qué linaje de animales halarán al muerto?/ Fácil es saberlo con la leal ayuda de la lógica. Si para un muerto de primera son seis burros, para uno de segunda serán cinco carneros y para uno de tercera, cuatro gatos/¿Y el día en que el muerto sea burro?/Repara que los burros mueren sin protocolo. 



ESCÁNDALO ROUSKAYA



El Palais Concert era frecuentemente visitado por bailarinas de talla mundial, como la rusa Norka Rouskaya. La madrugada del 4 noviembre de 1917, ella escandalizó Lima al bailar en malla y con túnica gris en el cementerio Presbítero Maestro la danza fúnebre de Chopin. Estaban presentes, gozosos, los ‘colónidas’ Abraham Valdelomar, José Carlos Mariátegui, Alejandro Ureta, César Falcón, entre otros. Se sospecha que la incursión fue planeada, en medio de humo y copas, en el Palais.

1 comentario:

  1. Me ha hecho reír el ‘dandy’, y además me ha hecho recordar lo que le dijo a Vallejo: "Ahora puedes regresar a tu pueblo y decir que has conocido al Conde de Lemos". Cuanta soberbia…

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